lunes, 28 de enero de 2013

Nuevo fragmento "Los tulipanes...."



…. Sin embargo, estos objetos funcionaban también como una advertencia para ella: “Es mío”, parecían decir las máscaras africanas, las pequeñas pirámides de ónice, repitiendo las voces de sus dueños. “Se mira pero no se toca”, decía aquel pisapapeles de Clichy que siempre soñó con poseer, un cristal redondo y pesado dentro del cual había un gran fresón rojo como la sangre, de aspecto tan exquisito que daban ganas de comérselo. ¡Cuántas veces estuvo a punto de estampar la brillante bola contra una piedra y comprobar que conservaba el aroma y el sabor de una fresa verdadera!
La casa grande, la de los amos, tenía un horno en el que se cocían panes, y una vitrina llena de libros de Historia del Arte, y una Olivetti que tecleaba el señor Ribó con sus dedos de rey Midas, mientras en el otro extremo de la habitación uno de sus hijos, de la misma edad que ella,  tocaba la flauta dulce mientras miraba por la ventana con sus ojos de perro braco. Este chico, el de los ojos de  braco, sangraba a menudo por la nariz, y la perseguía por el jardín para levantarla las faldas. El de los ojos siempre brillantes como brasas la espiaba por la mirilla de su habitación de enfermo crónico, y el de los ojos de ratoncillo le dio un día un buen mordisco en el carrillo porque, apenas se descuidaba, ella le quitaba las patatas fritas del plato y se las comía. El mordisco le dolió, pero no tanto como para no volver a repetir esa acción, porque nunca unas patatas saben tan buenas como las robadas. 

jueves, 24 de enero de 2013

Fragmento de "Los tulipanes....."


Metió las manos en los bolsillos y de forma mecánica fue deslizando sus dedos entre las monedas, como si los introdujera en un baño de parafina. Ahora el dinero de plástico había sustituido al de uso corriente, y apenas utilizaba monedas o billetes. Las monedas eran casi un residuo de su pasado, de ese pasado en el que  tenía cosas más sólidas a las que aferrarse.
-Ustedes, los hombres de leyes, hacen que todo parezca enrevesado y a la vez sencillo- dijo Lucía, a su espalda. ¡Maquillan tan bien las palabras con los latines y los derechos y los artículos del Código Civil!
D. Augusto no respondió. No serviría de nada, pues pensaba lo mismo. Durante los treinta y cinco años que llevaba en el ejercicio de su carrera no le había temblado el pulso ni una sola vez al emitir un veredicto. Se había hecho un corazón y una cabeza a la medida de su cargo; tal vez aún quedaba en él la huella borrosa de cierta piedad disimulada por el silencio burocrático y servil de los juzgados. Pero no recordaba sensaciones asociadas a esa frigidez espiritual. Simplemente, dejó que su corazón se corrompiera. Se recreaba en una envolvente seguridad como si estuviera blindado, o como si se elevara planeando ligero por encima del bien y del mal. Desde esta posición, el infortunio ajeno quedaba reducido a la mínima expresión, y le parecía anecdótico, ridículo y sobre todo, lejano. Sí, la vanidad le inflaba como un globo, dentro del cual podía alejarse de las lamentables desgracias cotidianas.


viernes, 18 de enero de 2013

Fragmento de "Los tulipanes son siempre un buen comienzo"


Lucía dio un paso al frente como si se dispusiera a salir. Su mirada se había ensombrecido. Observaba con atención al hombre que tenía delante, aunque  no era la primera vez que lo veía. De nuevo le pareció una persona excéntrica, solitaria, que poseía una elegancia marchitada por el escepticismo y la impaciencia.  Llevaba un traje gris claro y parecía refugiarse en la holgada chaqueta, navegar en las profundidades de las costuras y en la instantánea suavidad del forro, y de alguna forma su esqueleto se presentía a través del traje, en una penosa intensificación de su flaca anatomía. Poseía un rostro enteco, anhelante y áspero que sugería una implacable actitud de avaricia. Un rostro algo feo, aunque con una fealdad interesante, al estilo de los feos del Hollywood de su época, de un Belmondo, o un Anthony Queen.

Lo que él creía haber vivido hasta entonces con las mujeres era algo parecido a un choque, un brusco encontronazo en el que, irremediablemente, uno de los dos o los dos a un tiempo perdían algo. En cambio, con Lucía se abría una posibilidad de encuentro. La armonía, la suave persuasión de la belleza le permitía abandonarse sin reticencias. Nadie ama la belleza con el entusiasmo de un feo. Y él lo era, poseía una fealdad oscura, avarienta, unos ojos hundidos que transmitían una impúdica necesidad de dominio y una boca formada por unos labios brillantes y lujuriosos. Era delgado, y aunque antaño fue un musculoso campeón de waterpolo, ahora toda esa fibrosa anatomía se aflojaba; para contrarrestarlo, él se  obligaba a mantenerse erguido, fantaseando con la posibilidad de permanecer por siempre lozano. Para su consuelo, poseía una agilidad sorprendente para desplazarse de forma inadvertida, casi con la impunidad de un fantasma.
La mayoría de las mujeres le habían rechazado de forma instintiva- excepto su esposa ya muerta, a quien seguía recordando siempre afligida, y sin otra cosa que ofrecerle aparte de su existencia anodina-. Esto le provocaba un desánimo y una tristeza de los que procuraba evadirse con las continuas actividades a las que le obligaba su profesión.


miércoles, 16 de enero de 2013

Nuevo fragmento de "Los tulipanes....


Audaz como si hubiera sido agraviado, continuó su excitante persecución, abandonando la playa. La vio pasar por las calles de baldosas relucientes y por plazas que desprendían un profundo aroma a raíces, a tierra y a estercolero. Ella seguía caminando sin saber que dos hombres sufrían por ella. Al llegar a una floristería se quedó observando los cubos de flores y las macetas que llenaban parte de la acera. Un hombre joven que acababa de salir del establecimiento le dedicó una amplia sonrisa y luego le regaló una rosa sacándola de uno de los cubos de cinz llenos de flores a rebosar. Ella agradeció el regalo depositando un beso en la mejilla del hombre. Acercó la rosa a su nariz y la olió profundamente.
Sus cuerpos se habían acercado bajo las  guirnaldas de jacintos y siemprevivas que serpenteaban sobre sus cabezas. No había tulipanes, o al menos él no podía ver ninguno desde el lugar en el que se encontraba. En cambio, en la larga mesa situada en el centro, las flores de azahar se apretaban en un jarrón como pensamientos atropellados; cabezas decapitadas de crisantemos componían una corona tupida y redonda en el escaparate.  Lucía estaba feliz en aquel lugar. ¡Le atraían tanto las flores, que vendía besos a cambio de una triste rosa!

Augusto notó el latigazo de los celos golpeando insistente. Le daba rabia sentir tanto amor desperdiciado, que hasta la saliva le sabía a ceniza. Sorprendido en su infelicidad, se abandonó  a este nuevo sufrimiento que le dejaba una señal silenciosa, el vivo escozor de una quemadura que deja huella en la piel y en la memoria.

Un ligero e incontrolable temblor en los labios le puso sobreaviso. Sabía que si se dejaba llevar por su instinto estaba perdido. Lo que conocía de sí mismo le mantenía alerta, y lo que desconocía le asustaba.

lunes, 14 de enero de 2013

Entrevista en Radio Pineda


My new sounds: Entrevista en Ràdio Pineda http://t.co/YkFb9gaHon #SoundCloud
Entrevista en Ràdio Pineda
soundcloud.com
En esta entrevista hablo de mi novela "Los tulipanes son siempre un buen comienzo" de forma amistosa y distendida con María Josep Hernánd...


 

miércoles, 9 de enero de 2013

Fragmento "Los tulipanes....






“Ahora las cosas se insinuaban sin llegar a concretarse del todo,  se ahogaban en la maraña de sobrentendidos,  en el hondo cajón del absurdo. Los silencios expresaban más intenciones que las propias palabras. Augusto empezó a hacer gala de una irritante sensibilidad, de una fastidiosa fijación por el detalle. Algunas veces  pensaba que Lucía era el trofeo de su padre, el coleccionista de casas, de coches, de criados, de sellos, y ahora también de electrocardiogramas. El emperador, con su toga de color púrpura, su corona de laurel y los demás atributos que corresponden a un verdadero César regresando de su periplo por Egipto”

http://micromecenatge.lacomarcaledicions.com/productes/los-tulipanes-son-siempre-un-buen-comienzo

Fragmento de "Los tulipanes.....


“A su alrededor, podía observar una pequeña muestra del denominado “tejido social”, desde el parlanchín que no paraba de hablar por el móvil, hasta el buscavidas, el que no tiene más remedio que vivir, o malvivir, de su arte,  hasta el chaval que se esconde en el baño para fumarse un porro, o el sudoroso padre de familia que se afloja el nudo de la corbata y posa su mirada triste y melancólica sobre las nalgas prietas de una chica con tejanos cortos. Después de todo, no tenía tan mala suerte. Podía estirar discretamente sus largas piernas y ocupar una parte del pasillo, o bien podía ceder su asiento a aquella señora mayor que esperaba ansiosa una plaza. No tenía mala suerte, pues no viajaba en transporte público por necesidad, sino por gusto.
Miró por la ventanilla. En el tren, las prisas se diluían en el tono suave del atardecer que coloreaba el agua con un esplendor somnoliento. Había que estar muy atento para descubrir el elemento perturbador, la china en el zapato, el espacio vacío entre los dientes, la fatiga y la ansiedad. Apenas una sombra en las miradas, apenas un movimiento oscilante, una palabra de queja o de duda  daban la medida del enorme esfuerzo que supone la vida”.


miércoles, 2 de enero de 2013

fragmento de "Los tulipanes siempre son un buen comienzo"




“…Esta desmesura era precisamente su mayor atractivo. Sus pechos, que rebosaban ampliamente las medidas de la blusa y del clásico corsé de su época, parecían mirar desde arriba con el descaro de una raza hecha para los placeres, la admiración y el escándalo. Don Augusto adoraba a su bisabuela, que murió cuando él tenía seis años. La consideraba una especie de madre universal de toda la especie femenina”.


Novela "Los tulipanes siempre son un buen comienzo"


“-¿Cómo es que un flaco puede llegar a sudar tanto?- le dijo un día a Felisa.
-Usted no suda, se acalora, si me permite que le diga.
- ¿Me está diciendo que soy fogoso, Felisa? ¿Fogoso como el que va buscando bragas en el metro, o tetas en la playa, fogoso como el que se asoma con descaro al escote de su secretaria, fogoso como  John Malkovich en aquella película…
Ella bajó la mirada, tan gazmoña, tan aparentemente virginal y modosita, mirando uno de sus relojes- llevaba uno en cada muñeca- el más pequeño y modesto, tan anticuado que parecía un regalo de su primera comunión”.

fragmento "Los tulipanes siempre son un buen comienzo"


Llegaron hasta el cerezo, que aparecía iluminado con una tenue luz que provenía de unos plafones cuadrados encerrados en pequeños nichos en el suelo.
- Mañana mismo mandaré cubrir este árbol- dijo D. Augusto, alzando la cabeza para contemplar el exuberante manto vegetal y aéreo- De lo contrario, los pájaros acabarán por dejarlo pelado. Y eso no sucederá de ningún modo. ¡Nos daremos un festín de cerezas!
Los ojos del magistrado brillaban en la oscuridad del jardín, y adquirieron de pronto la fijeza hipnótica de los de un búho. Se contenía porque tenía miedo de su pasión. Sus labios apretados manifestaban la violenta resistencia de su interior, su apego a la vida y sus dones, que se ofrecían con aparente sencillez como los frutos maduros del árbol que se erguía robusto y concupiscente como el árbol del paraíso. Deseaba que ella hablara, que le diera la réplica para borrar la absurda tristeza que brotaba de lo hondo de su pecho.