miércoles, 22 de abril de 2020


Mirando lejos el corazón se alegra

He caminado aturdida por las calles de mi ciudad.
Con emoción violenta contemplaba
la obra del hombre, sus murallas y sus mercados
cerrándose en torno a mí en parpadeo fanático.
Soy arcilla roja que se petrifica
en los cajeros donde pernoctan los pobres solemnes.
Me hieren el rostro todas las heridas
huérfanas de discurso.
Todos los tubos de escape tapan mi rostro
me otorgan un número de serie,
un quebrado en los balances de la economía global.
¡Ay!, esos coágulos de sangre siempre a punto
de romperme el corazón
de cegarme con una soledad múltiplo de cien.
Contemplo la ciudad a lo lejos.
La ciudad se ha blindado,
la ciudad vive en una campana
cuya resonancia trastorna a sus habitantes.
Estoy en lo alto, desnuda como el pájaro
que se enfrenta al remolino. En lo alto
donde el aire escuece,
donde todo es inestable
y el vértigo castiga como un maestro
que descubre el placer del tormento.
Estoy amando esta madeja del alma
las puras contradicciones
que me persiguen como el cerdo a la trufa.
Amando las rocas que crían bajo sus faldas
animalitos ciegos.
Amando al lagarto embelesado
y a mi propia bilis.
Amando a las águilas que renuncian a sus sueños imperiales.
Amando los caminos que danzan en la niebla
y sugieren un encuentro secreto
un desafío.
Amando mis zonas erráticas,
mis fuentes.
Amando como nunca a Blake
Y a Silvia Plath, que se iluminaba como una bombilla.
Envidio a los seres alados
cuanto más desfallece mi carne más los envidio.
En la montaña, soy el extranjero
que se toma licencias por ser extranjero.
penetro en su silencio fecundo;
su veta de gracia entre el granito y la nube cercana
se eleva como el incienso de rosa amarilla
que elimina las penas y los recuerdos tristes.
Gravito bajo la fuerza del fuego y la piedra
Y caigo rendida al sortilegio de Tomas Mann,
que escribió para la eternidad desde lo alto de una montaña.
Ya en la cima, soy el roble que resistió el fuego y el hacha.
Mirando lejos mi corazón se alegra.




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