miércoles, 13 de junio de 2012

El anuncio de Bella Aurora, parte I


Cuando paseo por la calle Balmes y veo el viejo anuncio de Bella Aurora con sus letras coquetas a la intemperie, siento una irrefrenable necesidad de abrir esa puerta de madera carcomida donde crece el terco musgo y se agrupan las hojas amarillas del insomnio perenne. A medida que avanzo, las flores marchitas de los recuerdos se alzan turgentes, como si la lluvia pura y delicada empapara sus raíces y las devolviera a la vida. Los árboles, que parecían vencidos por las tempestades y los vientos huracanados que estallan en las venas a pesar del silencio, extienden sus ramas a mi paso y me saludan como viejos camaradas a los que un día dije adiós y a los que nunca dejé de extrañar. Ese camino flanquedo por hileras de rosales de rosas sangre de toro y por lilas perfumadas que aturden los sentidos, llega hasta la antigua casa de piedra desde la que llega la afinada voz de Mirielle Mathieu cantando Rien no rien. Huele a café, y los habitantes de la casa, perezosos, se dejan envolver por ese aroma, tal como sucede cada domingo, hasta que el hambre los saque de la cama uno a uno y, sin parar de bostezar, se sirvan ellos mismos de la cafetera, mientras se dedican torpes sonrisas sin gracia y sorben después el café que uno de ellos acompañará con leche, otro con whisky y el tercero- el padre- tomará solo, sin azúcar, un poco por costumbre y otro poco por extravagancia. O tal vez por una particular interpretación de lo que significa la autoridad. La tía soltera es- cómo no- quien se levantó primero para preparar ese café denso y familiar que ella se tomó hace tiempo acompañada por el ruiseñor de Avignon. Para ella, todos somos sus sobrinos. Incluso su hermana y su cuñado. Somos sobrinos a los que regalar su tiempo y las toallas de puntillas marcadas con nuestras iniciales, anillos de madreperla, camafeos de oro y algún tirón de orejas cuando nos comportábamos como niños de la calle y volvíamos del vertedero con tizne de deshollinador en la cara y con las encías y los dientes negros de comer zarzamoras, al final del verano. Su amor era empalagoso como los bizcochos borrachos que preparaba.



3 comentarios:

Calma en días de tormenta (Darilea) dijo...

A pesar de ser empalagoso, hay amores que dejan impregnada la memoría de recuerdos de ternura.
Un saludo Maribel.
:) paseando por tu espacio desde el enlace de facebook.
Pd: Coincidimos en casa León y Castilla :)

palidofuego-palidofuego.blogspot.com dijo...

Hola, Oréadas. Estoy de acuerdo contigo. La ternura es una de las mejores herencias que podemos recibir.
Espero que la segunda parte de esta entrada, que aún no he subido, te guste.
Un abrazo.
Maribel

palidofuego-palidofuego.blogspot.com dijo...

Hola, Oréadas. Estoy de acuerdo contigo. La ternura es una de las mejores herencias que podemos recibir.
Espero que la segunda parte de esta entrada, que aún no he subido, te guste.
Un abrazo.
Maribel