lunes, 23 de marzo de 2015

Hoy quisiera hablar de héroes. De manera breve, porque hay tantos tipos de héroes que necesitaría mucho espacio y mucha paciencia para rendirles homenaje.
De todas formas, hoy en día los héroes no son lo que eran, y que lo que predomina en cambio es una mezcla confusa entre héroe y villano, pues sus límites se desdibujan en el vasto devenir de la existencia.
Dejo atrás a los Mister Proper y a los Supermanes de turno, con sus vuelos benéficos y sus músculos de hierro. Y en cuanto a los héroes clásicos, tan poderosos, tan lejanos, o bien me cansan, o bien me atontan. No hay plenitud en sus acciones, y en cambio, hacen que dejemos de estar alerta. Que deleguemos en ellos la salvación. Pues un héroe por antonomasia es un salvador; lo que ocurre es que el heroe clásico, tras sus hazañas, deja el campo arrasado de actuaciones sublimes; además, dan mucho respeto -a veces también miedo- como esos dioses capaces de variar el destino de los hombres. Son fríos como los aerosoles que arrasan con las hormigas que con gran esfuerzo y organización trepan hasta lo más jugoso de las plantas, y dejan un rastro negro de diminutos cadáveres por el suelo.
Otra de las categorías a las que prestar atención es la de los héroes de bolsillo, que debido al material contaminado que manejan, se diría que representan el papel de villanos; sin embargo, no por eso dejan de ser meritorios, ya que se recurre a ellos para procurarse una salvación pequeñita, que consiste en dejar al cerebro por unos momentos en off. Es un vulgar sucedáneo, ya se sabe, un sustituto del auténtico y cada vez más escaso héroe noble, generoso y reluciente.
En definitiva, el héroe de bolsillo tiene tantas aplicaciones como el aloe vera, pero lo mejor es que sirve como anestesia para los días o las tardes con ocaso anticipado. Se suelen prodigar por las televisiones de los geriátricos y por los hogares con luces en declive y atmósfera flácida.
En uno de estos lugares, el geriátrico, hay un viejito, uno más entre tantos, con muchos años a cuestas y muchas pastillas en el pastillero, que se queda adormilado con su héroe de bolsillo bailando por última vez en la retina. Lo que supone un gran consuelo, porque hace apenas unos momentos acaba de escuchar de nuevo la vocecita infame que le golpea a la hora del vaso de leche con galletas, cuando las  visitas están a punto de marcharse y el solecillo inicia su declive en el tejado de enfrente: "¿Qué he hecho yo para merecer esto?", dice la voz que, aunque sea escualida, taladra por unos instantes su cerebro..
Ay, la vocecita golpea de nuevo, pues se trata de eso, de una voz insidiosa y malcarada, a la que debería haber mandado hace tiempo a paseo.
Luego todo pasa; nuestro viejito se olvida pronto de la voz que gimoteaba hace un instante, y se zambulle sin fe y con la vista algo perjudicada en la última exclusiva, en la penúltima pelea, con un sopor agradable,con todo sus músculos cocidos; por el rabillo del ojo ve acercarse a la bella auxiliar de geriatría que enseguida le desanuda, amorosa,  el babero.
Y por último, hablaré de un tipo de héroes más bien escaso, el héroe de cabecera, ése que se enfrenta a personajes con la cara de cemento armado y mucho asesoramiento externo para suplir la dignidad que perdieron por el camino. Algunos de estos héroes llevan lentes que son como lupas, que son como espejos gracias a los cuales podemos ver más allá de la otra gran lente que nos aboca al gran vacío catódico.
Estos últimos seres se explican a sí mismos, no es necesario consultar un tratado de heroicidades para reconocerlos. La mayor de ellas es la perseverancia. En los tiempos que corren, creo que es el mayor de los méritos.