sábado, 9 de junio de 2018



Un búho

El cielo sobre mi cabeza es un entramado que me oprime las sienes cuando es demasiado azul o demasiado espeso.
Echo de menos el sol mientras la tormenta llama con sus grises explosivos.
Acabo de cerrar la última hoja de la última novela por ahora, y me quedo con el sabor a cúrcuma de sus páginas, y un ansia consciente de volver a los orígenes como le ocurre al protagonista del libro, un adolescente rebelde con las costumbres de América desde la perspectiva del emigrante que deja su país y debe integrarse a las nuevas circunstancias, incluida la enfermedad de su hermano mayor.
Salgo a la calle, entre otras cosas para tratar de asimilar una lectura tan intensa. Cuando leo algo realmente interesante, pienso y divago y entro en ese círculo de recompensa que sucede a un placer que no acaba en el mero acto, sino que se prolonga más allá de la gracia de la página y del aprendizaje y la carga de inspiración para la escritura. Y caminar me ayuda a integrarlo.
En mi paseo, la tarde va cayendo, y el aire vibra con un último lamento. En un terreno vallado hay gallinas que marchan presurosas a cobijarse. Ellas saben que su salvación está en su obra, y se protegen de todo lo que perturbe la perfección del huevo.
La sangre caliente busca lo redondo para seguir su trayectoria. Busca la cueva, lo hermético, lo conocido.
Pero lo que me llama ahora la atención es un búho. ¡Un búho en el tejado plano de un Mercadona! Ahí está, observando con sus ojos como discos de platino.
¿Cómo será la tierra que nos sostiene vista desde su perspectiva?, me pregunto. Tal vez esté pendiente de los pequeños ratoncillos que huyen a sus escondrijos. Como le ocurre al protagonista del libro, también ellos se mimetizan con el terreno, se adaptan a las circunstancias como forma de sobrevivir.
¡Qué grave, qué solemne se presenta el búho! Qué estampa de sumo sacerdote.
Nada parece inquietarle, ni la lluvia cercana, ni el cielo de plomo. A veces es como una anunciación, avanza sin moverse, confía en su propio resplandor y en su destreza. Otras veces es una estatua que se camufla en la panza de las nubes. Atraviesa la oscuridad para volver cargado de mensajes.
Quiero la sabiduría del búho, quiero ser leve, ingrávida. Atravesar todos los puentes, todas las nubes, las tormentas. Abrir mucho los ojos para que nada se me escape. Refugiarme en la melodía de la sangre protegiendo ese cofre sagrado. 
Asumo los riesgos de tener un corazón y una cabeza que a menudo se contradicen. Pero que se sienten cómodos cuando paseo, cuando amo, cuando integro todo lo que se me ofrece.