lunes, 28 de enero de 2013

Nuevo fragmento "Los tulipanes...."



…. Sin embargo, estos objetos funcionaban también como una advertencia para ella: “Es mío”, parecían decir las máscaras africanas, las pequeñas pirámides de ónice, repitiendo las voces de sus dueños. “Se mira pero no se toca”, decía aquel pisapapeles de Clichy que siempre soñó con poseer, un cristal redondo y pesado dentro del cual había un gran fresón rojo como la sangre, de aspecto tan exquisito que daban ganas de comérselo. ¡Cuántas veces estuvo a punto de estampar la brillante bola contra una piedra y comprobar que conservaba el aroma y el sabor de una fresa verdadera!
La casa grande, la de los amos, tenía un horno en el que se cocían panes, y una vitrina llena de libros de Historia del Arte, y una Olivetti que tecleaba el señor Ribó con sus dedos de rey Midas, mientras en el otro extremo de la habitación uno de sus hijos, de la misma edad que ella,  tocaba la flauta dulce mientras miraba por la ventana con sus ojos de perro braco. Este chico, el de los ojos de  braco, sangraba a menudo por la nariz, y la perseguía por el jardín para levantarla las faldas. El de los ojos siempre brillantes como brasas la espiaba por la mirilla de su habitación de enfermo crónico, y el de los ojos de ratoncillo le dio un día un buen mordisco en el carrillo porque, apenas se descuidaba, ella le quitaba las patatas fritas del plato y se las comía. El mordisco le dolió, pero no tanto como para no volver a repetir esa acción, porque nunca unas patatas saben tan buenas como las robadas.