Fragmento de la novela "Los tulipanes son siempre un buen comienzo"
..."Tampoco Lucía tenía mucho en común con
aquel personaje desbordante, pero es que él ya no deseaba que las mujeres le
engulleran como engulle la fuerza aplastante de una desgracia. No. Lucía no era
así, pensó con un orgullo decoroso. Pero, ¿quién era Lucía, una embaucadora o
un alma blanca, serena, tal como la vio aquella tarde junto a la ventana de la
cafetería de la Audiencia?
Absorto en sus reflexiones casi había
olvidado que la muchacha se marchó hacía tiempo, y se dispuso a buscarla por
toda la casa. Se dio cuenta de que el corazón le latía muy deprisa, mientras
subía y bajaba por las frígidas escaleras, y recorría las salas preguntando al
personal de servicio si había regresado.
No, nadie la había visto volver, le
contestaban. Y con cada no, la sangre
acudía a su rostro como una bofetada que lo hacía arder como el rostro de un
muchacho enamorado.
Su preocupación era absurda, lo sabía
muy bien. Le producía un cansancio gratuito, como los delirios de un demente. Pero todo era cuestión de organizarse:
se mantendría ocupado ordenando papeles en el despacho y cuando llegara por fin
Lucía – si es que llegaba- disimularía tan bien, que ella creería que había
sido un día sin sobresaltos. Le encontraría tranquilo, fumando en pipa,
distraído en ese placer lánguido y noble, y su zozobra sería neutralizada por
el grato aroma que perfumaría el aire.
Y como si la casa fuera cómplice de
aquel devaneo insufrible, miró incluso en los rincones, en la oscura despensa,
en zonas muertas donde no llegaban a veces ni las escobas. Finalmente, acabó en
el estudio de pintura. En ese momento, su hijo estaba concentrado en rellenar
uno de aquellos lienzos figurativos en los que perdía el tiempo. Su dedicación
y su arrobo le parecieron en ese momento un despropósito.
- Lucía está tardando en volver. No sé
qué le habrá pasado- dijo, jadeando.
Augusto dio un nuevo brochazo,
descargando la brocha con el rigor con el que un director de orquesta maneja la
batuta.
- No te preocupes, ya es mayorcita- le
contestó, de espaldas a su padre.
De nuevo los dos enfrentándose en
silencio. Y de nuevo la respuesta del hijo victorioso, ciego de gloria".
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