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13-12-2012
“Me atraía indagar en la mirada masculina acerca del amor, y profundizar en
la lucha generacional”
Maribel Montero ha volgut compartir amb nosaltres alguns
dels secrets que amaga la seva primera novela Los tulipanes son
siempre un buen comienzo, disponible a través del nostre servei de
micromecenatge. En aquesta entrevista ens desgrana les fibres que formen
l’entramat d’una historia colpidora i reflexiva.
Los tulipanes son siempre un buen comienzo, ¿es una
historia de amor o de desamor?
Efectivamente, se trata de una historia de amor, que contiene a su vez
varias historias: por un lado, la relación de Augusto –el hijo – con Lucía, está
contaminada por una sospecha de infidelidad. Esta circunstancia vuelve la
relación inestable, y la pareja oscila de manera continua en un vértigo de
encuentros y desencuentros, de ilusiones y desafectos que acaban por asfixiarla,
y que desde luego la hacen muy atractiva para el lector, que a menudo reconoce
las dudas, las oscilaciones, los diferentes estados del alma, en sí
mismo.
Por otro lado, la relación de Augusto (padre) con Lucía está llena de
interesantes matices. Cuando el magistrado intenta conquistar a esa mujer, está
al mismo tiempo compitiendo con su hijo, buscando sus propios límites, tratando
de demostrar- creo que es muy masculino- que él puede ser mejor amante, o llegar
más alto- y que la “edad de las mermas”, como él mismo dice en un pasaje de la
novela, no ha hecho estragos en su cuerpo y en su espíritu.
Son, pues, dos
historias de amor, y son dos personajes que se miran el uno en el otro como en
un espejo y que deben resolver un conflicto de identidad, que ya aparece
metafóricamente planteado en la coincidencia del nombre de pila. Y Lucía,
siempre ambigua y escurridiza, permite que cada uno de ellos evolucione en la
búsqueda del propio camino. Porque ésta es también una historia de comienzos y
finales, que transcurre durante los tres meses de verano, un tiempo muy breve e
intenso, tras el cual los personajes se acabarán transformando. La evolución del
padre pasa por aprender a asumir su derrota, que concluye en un acto
desesperado, en una ofrenda con final trágico: la ofrenda de su propia vida. Y
la evolución del hijo, redimido de la sombra protectora y agobiante del padre,
tomando las riendas, creciendo a través del arte y del descenso al fondo de sí
mismo, a cuanto en él hay de bueno y de malo. Aprendiendo a creer en su propia
fuerza, a superar las carencias con las que creció.
¿Se dirige a algún tipo de lectores en concreto?
Creo que puede interesar a cualquier persona mínimamente formada. Y puede
interesar, porque retrata personajes y situaciones reconocibles. Aunque la
novela parte de un conflicto que creo es bastante original- una mujer se
interpone entre un padre y un hijo y esto provoca que sus vidas y sus
convicciones choquen, que descubran su verdadera personalidad- cuanto sucede en
el papel podría proyectarse a una realidad cercana en la que los sentimientos se
llevaran al límite, poniendo patas arriba la existencia. El lector es partícipe,
no es un sujeto pasivo, es alguien que reflexiona sobre la historia, y que hace
sus conjeturas sobre la forma en que acabará. Creo que el tipo de narrador en
tercera persona ayuda en este caso, pues está muy próximo a cada uno de los
personajes, y las voces de todos ellos se entrecruzan creando un tapiz muy
colorido. Al contemplarlo, el lector puede identificarse con su sentir, entender
su postura, o notar cierta repulsa. Entretanto, puede también deleitarse con
las descripciones de la ciudad- Barcelona- del mar o de la casa de verano, y con
esa mirada comprensiva y a veces crítica hacia un mundo que ofrecía más
seguridades pero que debe dar paso a otra época, otra forma de sentir y de
estar.
Usted es poeta y rapsoda, ¿cuánto hay de poesía en esta
novela?
Comencé mi andadura como escritora escribiendo poesía.
Tanto en mi blog palidofuego como en el resto de mis escritos, me interesa la
forma tanto como el fondo. No hay un argumento bueno o malo, sino una forma
buena o mala de contar una historia. Soy una “yonki” de la palabra- aunque este
término esté por suerte en desuso-. Me apasiona buscar el sustantivo exacto, el
epíteto adecuado para retratar una emoción, una escena, un paisaje, una
expresión de la cara, un gesto que parece captado al azar… Tanto en mis cuentos
para adultos como en el taller de escritura que gestiono hay que disponer de los
mínimos elementos para llegar al máximo, a la excelencia. En el taller, por
ejemplo, se “desmenuzan”, se desmontan historias cortas: de Borges a Sherwood
Anderson, de Sergi Pàmies a Saki… En el cuento cada palabra importa, cada frase
debe conducir a la siguiente. Es un aprendizaje diario. La poesía y el cuento
exigen mucha atención. Además, si se es capaz de describir con belleza, con
elegancia, con profundidad, de hacer introspección y tratar de crear algo que
perdure-en un momento en que todo parece tan instantáneo y prescindible- ¿por
qué conformarse con lo primero que se te ocurre?
Intento, como digo, que mis
textos perduren, que hagan reflexionar y que tengan ese ritmo, ese “tempus”, que
se acerquen a la belleza musical que tiene el poema. Si consigo que las palabras
y los personajes de mi novela vibren en el corazón de mis lectores, lo habré
conseguido.
¿Cómo se gestó Los tulipanes son siempre un buen comienzo?
Comencé a escribirla en 2002, aunque después la dejé reposar. La acción de
la novela se sitúa en 1999. Por lo tanto, transcurre casi paralela en el tiempo.
¿Qué cómo surgió? Supongo que fue a partir de la reflexión, de una mirada
intuitiva sobre lo que me rodea. Me pareció interesante enfrentar a dos
personajes tan opuestos, que además pertenecen a una generación diferente y
tienen un vínculo familiar de primer grado. Me atraía como escritora indagar en
la mirada masculina acerca del amor, y también me interesaba profundizar un poco
en la lucha generacional, en el relevo que por ley de vida toda generación nueva
debe tomar. Creé a estos dos personajes antagónicos. Al padre socialmente
brillante, con un pasado a sus espaldas, con éxito y reconocimiento profesional,
y al hijo, tratando de labrarse un futuro por sí mismo. Lo que no resulta
sencillo cuando no has tenido que luchar para sobrevivir y desconoces por tanto
las normas que rigen “afuera”, más allá de la situación desahogada y de clase
media-alta. No es fácil cuando además tienes que superar otro hándicap: el éxito
y el poder de tu progenitor, poder que se ejerce de manera sutil, y que lleva
implícitas la protección y el paternalismo, pero que de algún modo también
humilla.
Creo que en este aspecto la novela es muy actual. El conflicto
generacional siempre ha existido, pero la brecha se ha profundizado aún más a
causa de la coyuntura en la que estamos envueltos; las distancias y la tensión
se agrandan. Creo que los chicos en algún momento pueden realmente sentir que
sus padres son competencia desleal, son usurpadores de su destino, invasivos,
por más que el amor y el respeto guíe sus relaciones.
Text: Sílvia Tarragó