sábado, 17 de septiembre de 2016

Caras sin velo

Voy por ahí tropezando con caras. Y son un servicio de urgencias para curar la soledad, abierto las veinticuatro horas del día; son las páginas de un libro que explican pequeños o grandes hechos insólitos. Otras veces se cierran en enigmas que intento descifrar mientras siento mi propio rostro adormecido por un placer manso.
La cara es la frontera y es la puerta, la revelación a través de la cual se amplía el horizonte. Dirijo mi atención a ese aura expandido y mutable que resplandece en cada rostro.
Hay caras que se derraman por el cuello como cera derretida, como barro rojizo que busca su forma. Rostros que parecen pedir perdón por su existencia, huérfanos profundos de labios entreabiertos y silencios abismales. Ayer vi una de estas caras: era la de una mujer que estaba en el balcón, con medio cuerpo fuera y la cara empapada en la misma niebla azul que cubría los tejados.
Las caras de personas desconocidas a veces se alzan como espadas en alto, no con la intención de atacar, sino de defenderse de los ataques. Aún bajando la guardia, estas caras parecen residencias privadas que esconden hermosos tesoros e íntimos tormentos. En ellas, los ojos son el primer y más perfecto sistema de seguridad que se rige por códigos cifrados.
Mirar, acercarse a una cara, es como observar un paisaje cambiante en el que se ha vivido o en el que se desea vivir.
Cuando la furia domina, los músculos de las mejillas se contraen, cada blasfemia escupe su saliva, la nariz aletea nerviosa, bebiéndose el aire. Cuando la alegría la invade, los ojos recitan poemas persas de color esmeralda, la boca se alza en esplendores de orquídea, las mejillas son bulevares acristalados. 
Hay caras seriadas, como broches de un joyero que no se cansa de repetirse. Hay caras-avalancha, que te sorprenden, te acechan, te trituran, te sepultan, te inmovilizan, te sumergen en un mar oscuro de arrugas, bocas, dientes, ojos abisales.
Hay caras líquidas llenas de cuevas misteriosas con aguas cristalinas, donde la vida comienza con los ojos abiertos para alcanzarla toda.
 Hay caras tímidas como otoños, que se ponen colorete, o pañuelos o gafas de sol que frenen el choque de otros ojos, de otras caras, que temen cirugías, que buscan un puerto de llegada o cualquier alegría sencilla que les despierte con música a primera hora de la mañana.
Hay caras que han sido desahuciadas por sus dueños, y van mostrando ese desencuentro cruel con una extraña frialdad de paredes húmedas y rincones oscuros.
Caras que son preguntas y caras que son respuestas, cumbres donde trepar y gozar puestas de sol color naranja.  







La primera imagen es un óleo de mi autoría: "Nebulosa en Orión"
La segunda imagen está realizada en carboncillo. Autoría propia. "Mujer con abanico"