jueves, 9 de septiembre de 2010

Mentiras y otras delicias- parte II-

La sombra de la mentira es alargada. Hay mentiras tan gordas que necesitan aval para ser creibles, o juramento con maldición incluida , por si hay dudas sobre su falta de rigor. Y es que hay quien miente a dos carrillos, para salvarse o para denigrar, por envidia o por celos. Y hay mentirosos compulsivos, tan dignos de compasión como aquel que no puede controlar sus esfínteres. ¡Y qué decir del mentiroso seductor, ése que lleva siempre una flor en los labios- en ocasiones, marchita-! . El oficio de mentiroso exige fidelidad a un método, constancia y el deber ineludible de depurarlo con verdadero arte, esquivando incluso las propias trampas, los niveles de dificultad, que suelen ir "in crescendo". La mentira no admite desmemoriados, ni actores pésimos que se salgan del guión que ellos mismos escribieron.
Hay mentiras gordas, piadosas, retorcidas, pícaras, maliciosas, sofisticadas, inútiles, increíbles, forzadas, hay mentiras que cortan trajes a medida.
Hay mentiras que son bisutería cara, y se luce en reuniones en las que nadie tiene nada que decirse.
Explicaré una historia muy corta, y que cada uno saque sus propias conclusiones cuando acabe de leerla:
- Había una vez un perrito que se quejaba porque lo habían abandonado- le contaba una mamá a su hija de seis años.
- ¿Cómo se quejan los perros?- preguntó ésta.
- Ladrando
- Ah
- El perrito decía: "Qué triste vida la de un perro. Me dejan aquí, en ese descampado. Y ahora, ¿qué haré?"
- Pero los perros no hablan- afirmó la niña, que estaba sentada en una silla y movía los piececillos, que no llegaban a alcanzar el suelo.
- En las fábulas, sí- aseguró la mamá.
La niña frunció los labios y miró al techo, asombrándose, una vez más, de la complejidad del mundo adulto.
- El perrito empezó a buscar entre las basuras y , de repente, se encontró con un ratoncillo.
- ¿El ratoncillo sí que era feliz?
- Sí, porque a él no le habían abandonado sus dueños.
- Entonces le pasó como a nuestro hamster, que se escapó de la jaula, ¿te acuerdas?
- Cómo no voy a acordarme. Lo estuviste llorando un día entero.
De pronto la niña recordó algo
- Dijiste que Bartolo ya era mayor para buscarse la vida.
- Sí- reconoció la madre, y se tapó la boca con la mano, alarmada por el giro que iba tomando el relato.
- Entonces, ¿el ratoncillo que encontró el perro era Bartolo?
- No, seguro que no- dijo la madre.
- Me hubiera gustado que fuera Bartolo- exclamó la niña, compungida.
- Bueno, quién sabe- recapacitó la buena mujer
- Tal vez fue a parar al mismo sitio que el perro, y se hicieron amigos.
- ¡Claro!- se iluminó la cara de la madre- Y el perro y Bartolo fueron felices, y comieron perdices
- Uf- suspiró la niña, y se restregó los ojos, que le picaban a causa del sueño.