viernes, 27 de enero de 2012

"Las iglesias son para el verano, parte II

Me gustaría cantarle a mi padre con la lírica intemporal, gloriosa, de Jorge Manrique. Hablar de esos ríos caudales, y medianos, y más chicos, que van a dar a la mar. Pero el mar siempre me pareció dramático y esplendoroso, inabarcable, titánico, y provoca en mí ese miedo a la eternidad del que habla mi querida Clarice Lispector en una de sus crónicas. El mar corta la respiración y deja el corazón aturdido, con esa mezcla difusa de espanto, bienestar, ferocidad, repulsa y sentimiento de acogida.  Tal vez porque contiene tantos y tantos ríos de aguas revueltas y tranquilas, profundas y purísimas, porque contiene tanto lodo y tanto pez hermoso.
Con la lucidez del dolor, que crea horizontes esperanzadores y rellena espacios huecos para soportar su propio peso, recuerdo que ésta no es la única muerte que segó la vida de mi padre, aunque tal vez sea la definitiva. Él, como todos nosotros, sufrió varias muertes a lo largo de su vida. De algunas se repuso, de otras, creo que no. Algunas las desconozco, porque cada uno es dueño de sus propias muertes y a los demás sólo nos queda contemplar sus secuelas. Otras quedaron sumergidas bajo la capa de la soledad, tan fina y peligrosa como la capa de hielo que cubre en invierno algunos ríos, y finalmente mutaron hacia estados agudos del alma que no se curan con calmantes.
Mientras se cierran las puertas de la iglesia- mi querida iglesia de piedras berroqueñas, hermanas de las que labraron las manos de mi padre-y recibo los besos del pésame y los abrazos de la compasión, mi cuerpo se defiende, se recupera, confortado con el calor de los rayos de un sol suave como la miel de eucalipto, plantado en medio del azul profundo del cielo de Castilla, que es un mar disfrazado de cielo.
Las iglesias son para el verano, me digo, definitivamente son para el verano, o para la primavera, cuando pueden habitarse como auténticos refugios, y cuando ejercen una fascinación colectiva en las multitudes congregadas para celebrar el lado hermoso y los ciclos gozosos de la vida. Por eso, sobre las baldosas de piedra que piso y sobre los arcos abovedados que me cobijan llovieron tantas veces confites, arroz, pétalos de rosa, ramos de novia y besos de amor santificado. Por eso, y porque las iglesias son estaciones de paso, y nos permiten subirnos a trenes de largo y corto recorrido, y nunca nos parecen estáticas, aunque estén hechas de piedra y resistan el paso de los siglos.
Espero el último abrazo de mis paisanos después de acompañar a mi padre a su última morada, y entonces me encuentro con Alfonso y su jaula de ruiseñores forrada con tela a cuadros blancos y azules, como los paños de cocina. Alfonso es una persona entrañable, es como el personaje de Los Santos Inocentes, pero mucho más ingenuo y desvalido. En lugar de su Milana Bonita, él tiene pájaros cantores que cuida como si fueran sus hijos. Alfonso es un Paco Rabal, espléndido, aunque sin tanto desaliño, sin los pantalones atados a la cintura con una cuerda. Cuando veo que viene hacia mí extiendo los brazos, pero él me reservaba una sorpresa y un regalo más importante que el abrazo solidario. Alzó la jaula, la abrió ante todos los presentes y mirando hacia el sol de diciembre, dejó volar a la pareja de ruiseñores, jóvenes e impulsivos, con su plumaje pardo moteado, que debieron nacer en primavera. Le doy las gracias con lágrimas, que es la forma más sincera que conozco de dar las gracias, y luego estiro los brazos hacia el cielo, confiando en la bondad de la naturaleza.
Tal vez un día ellos serán padres, y volarán libres y criarán unos hijos sanos que alegrarán al mundo con sus trinos.

domingo, 15 de enero de 2012

Las iglesias son para el verano, parte I

Me gustaría tener el talento de Jorge Manrique para cantarle a la muerte de mi padre; pero como eso no es posible, lo haré a mi manera, escribiendo unas líneas que expresen alguno de los múltiples significados de esos "soplos" o revelaciones de la conciencia alterada que ocurren cuando alguno de los nuestros fallecen.
Mi padre murió un lunes de diciembre, cuando la Navidad estaba limándose las uñas para fagocitarnos con su estrépito, sus destellos instantáneos,  su lujo burgués adoptado y adaptado a los bolsillos con jaqueca. Él se libró de todo eso sólo por unos días. Se libró del cava, las uvas atragantadas, los empachos de parabienes, las heladas de la Meseta y las mafias de la publicidad atacando por la retaguardia, disparando hacia el núcleo de los deseos más o menos confesables.
Un martes destemplado le acompañé por última vez a la iglesia, mientras el aire helado rozaba los arcos del atrio con sus brazos barrocos y rudos. La iglesia era fría, yerma, como esas casas de fin de semana o esos refugios de montaña que, con su modestia franciscana, apenas dejan un resquicio por donde se cuela la esperanza y el calor de hogar. Aquel día hacía tanto frío, que no pude desprenderme del gorro de lana. Esa prenda protegía mi cráneo y me hacía sentir como me sentí hace mucho tiempo, cuando era una niña que salía a la vida con las orejas calientes y el alma inquieta. Tal vez te falté al respeto, padre, con mi gorro audaz, que abrigaba y confortaba como si yo fuera el hijo pródigo ungido a su regreso. Tú, que eras tan friolero, sabrás perdonar mi osadía.
Mientras el sacerdote leía versículos de Isaías y su aliento fluctuante se perdía entre los pétalos de los crisantemos, noté un dolor agudo en las costillas. Era el frío de la pérdida. Sentada en el banco compartido, duro e incómodo pensé. ¡La vida es tan rápida, y las manos son tan torpes para pedir, tan torpes para recoger, que voy a ser codiciosa, voy a pedir vivir despierta!


 

lunes, 2 de enero de 2012

Fragmentos

"Somos espejos; a veces somos espejos negros como los que utilizaban algunos pintores como Picasso para descansar la vista borracha de colores; a veces espejos transparentes que devuelven el reflejo nítido del que se contempla"

"Cuando noto que todo a mi alrededor flota como niebla espesa, como sonido agudo que presiona sobre los tímpanos y amenaza mi equilibrio, necesito salir de inmediato del empacho de mismidad, tocar las cosas con las manos, aferrarme a las personas, a todo cuanto contiene márgenes delimitados; necesito dejar de especular con las nubes, con esa coreografía confusa que no carece de encanto ni de falso movimiento, pero que esconde los peligros de los callejones sin salida, de las trampas con las que nos seduce la mente para enmascarar el vacío".

"Si la vida es una carrera de fondo, prefiero correr pensando que la muerte no es la meta,  sino una etapa a superar".

"El fuego destruye y purifica. La fuerza de la energía se expresa con una dualidad permanente".

"Tal vez no puedas enseñar a un niño a ser feliz, pero puedes aprender a ser feliz observándole".

"Para conocerte, necesitas hablarte de tú a tú. Sólo entonces tu espíritu superará las barreras, incluso las que tú mismo alzaste".