viernes, 18 de abril de 2008

A la hora de abordar algunos temas, como la religión, el sexo o las peculiaridades étnicas, por ejemplo, a un escritor se le plantean serias dudas sobre la manera más correcta o más sensata de encararlas. Una de las mejores maneras que conozco parten de aplicar dos máximas.
1ª. Sé consecuente con tus ideas sin caer en el fanatismo de las ideologías.
2ª. No te sientas presionado/a por las posibles críticas de tus posibles enemigos, ni esperes el halago de tus amigos.
Dicho lo cual, reconozco que la provocación es efectiva, que puede agitar conciencias -a veces por el lado zafio o grosero- pero eso es cuestión de estilos.
El equilibrio es delicado, porque el mensaje tibio difícilmente llegará a calar, y el apasionado se aleja con frecuencia del análisis realista.
Los creativos publicitarios lo saben bien, y lanzan campañas a veces sorprendentes que hacen dudar de la buena fe de la empresa de turno, o de los límites que deben regir incluso en un mundo mercantilizado.
Pensaba en el famoso slogan "Yo no soy tonto", que creo que aún se puede escuchar y ver por televisión. Es sólo un ejemplo más de utilización de un reclamo algo infantiloide y al mismo tiempo agresivo, ya que margina o descalifica a quien no consume tal o cual producto relegándole a un colectivo de supuestos parias. Como este anuncio existen muchos otros que suponen que deben promover el entusiasmo y sobre todo la compra compulsiva y casi siempre a crédito del último invento que además lleva, cómo no, la tan manida e inevitable etiqueta de "nuevo".