sábado, 22 de septiembre de 2012

Una playa nudista


Una playa nudista.





El nudismo es una especie de religión con una única norma de obligado cumplimiento: prescindir de la ropa. El transgresor es el que va vestido, y en esa comunidad arcaica, snob, hippie o postmoderna, todos deben desprenderse de la máscara, de las etiquetas caras o baratas, de las modas pasajeras. 
Para mí, que tiendo a divagar y a perderme por caminos imprevistos, entrar en una playa nudista me pareció un acto liberador. Con orgullo pueril me perdí entre esos seres desnudos y despreocupados, sin interferencias ni complejos, como si en ese momento contrajera un compromiso sagrado con mi propio cuerpo. Sin juzgar, sin pretender aceptar o rechazar la idea de libertad que ellos señalaban. Vivir sin juzgar es la única manera de vivir. Y es tan difícil conseguirlo, que usamos vestidos no sólo con la finalidad de abrigarnos, sino como  máscaras que cubren nuestros defectos y resaltan nuestras virtudes. Elegimos la que nos conviene para presentarnos a diario ante el mundo, confiando en que éste nos acepte tal como nos gustaría ser.
Un cuerpo desnudo es un cuerpo expuesto, y revela una verdad tan íntima, que inconscientemente bajamos la mirada con un pudor instintivo ante lo solemne, ante aquello que por su sencillez misteriosa nos deslumbra o nos subyuga. Tal vez porque la fascinación que ejerce un cuerpo sin adornos ni artificios distorsiona la dimensión personal, distrae y menoscaba  la esencia del ser, para convertirlo en  instrumento de placer, en carne arrebatadora que con avidez y sin refinamiento contemplamos. Nuestra fantasía se desconcierta ante un misterio que se desvanece dejando un rastro de humanidad y poros abiertos que no siempre exhalan perfumes agradables. Pero nuestra mirada, adicta a los sabores agridulces, disfruta con esa golosina.
Un cuerpo desnudo es un panfleto contra la indiferencia. Reivindica la vuelta a un estado de pureza, de permanente idilio con la Naturaleza. Proclama a un tiempo su individualidad y su pertenencia a la raza humana, el impulso creador y la fuerza destructiva que emanan del alma y se transmiten al cuerpo, su instrumento. Por eso el desnudo es revolucionario y si está en movimiento y se dirige hacia nosotros, se nos antoja amenazador.
Para el artista, el cuerpo desnudo es una herramienta útil con la que expresar su arte y también una excusa para lanzar desde el lienzo, el yeso o la palabra, esa verdad que a veces incomoda porque brota de dentro afuera, y que es recibida en silencio. Porque el hombre "sabe", y el hombre "reconoce".
En la playa nudista me sentí cómoda. Sin botones ni corchetes, sin cremalleras ni fibras artificiales, la vida se despojaba de pretensiones y, con las manos mojadas y el pelo húmedo, se recupera la alegría, ese don innato y desaprovechado.
 La visión que se tiene del cuerpo cambia radicalmente en estos lugares. Las imperfecciones, los excesos o carencias, los colgajos de la carne, las arrugas, en cierto modo dejan de tener importancia. La última barrera, la piel, se vuelve amable, acogedora, cálida. El mar está sereno, y brilla como el espejo en el que todos nos miramos. El mar no sabe de clases sociales. El sol y el mar nos reconcilian y nos hacen sentir pequeños y desnudos, como recién nacidos. 
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Llegaremos desnudos a la última playa, llegaremos despojados de todo, como vinimos; la mortaja la pondrán los otros, los que se quedan temporalmente , como un trámite a cumplir, como un velo ligero que separa una vida de la otra. La máscara servirá de nuevo para ocultar una verdad dolorosa, que instintivamente nos repele.
Moriremos desnudos, pero sabiendo.