Tempus
fugit
Estoy atada a la piedra de la razón. Sólo temporalmente
me libero de su influjo y cruzo el umbral que me separa de una comprensión
profunda. Mi alma se alegra con todo aquello que comprende de un modo alejado
de lo racional, pues ésta es la manera en que su esencia se manifiesta.
Me muevo/nos movemos casi sin ser conscientes por el
terreno de lo simbólico. El más perfecto encaje que pueda contener una palabra-
ya sea boca, o dulzura, o noche -nos alcanza a través de los sentidos, nos fecunda y nos
sale por la piel o por la mirada. Hay violetas inaccesibles a la mano del hombre, hay violetas que él no
puede arrancar para que luzcan su delicada agonía, ni atarlas con la cuerda del
deseo y la posesión. Hay nombres que no pueden ser nombrados sin que se prostituyan.
Hoy es uno de esos días en los que me apetece pasar de
puntillas por estos nombres que nos atañen de una manera insoslayable. La ocasión,
la “prueba” llegó de parte de Lluc (tres años y medio) Hablamos de tiempo.
¿Cómo afrontar tamaña dificultad surgida de forma
espontánea? Y es que la pregunta simple escondía otra de mayor envergadura:
-¿Cuándo llegan mis papis? Yo quiero que vengan ya el
papá y la mamá.
(Estamos en septiembre, el verano hizo bien su trabajo: días
largos, playa, juegos…y la presencia de ELLOS)
-¿Cuándo llegan los papás?
Ante la repetición de ese mantra le propuse: “Vamos a
hacer una cosa: tú duermes la siesta y cuando despiertes, ya habrán llegado. El
tiempo se hace muy corto cuando estás dormido”.
Lluc me miró sonriendo de oreja a oreja, como si hubiera
pronunciado las palabras mágicas que le permitían hacer una transición fácil de
la carencia a la plenitud.
“Tiempo más sueño igual a milagro”, debió pensar. Un
verdadero prodigio.
Fue entonces cuando llegó la gran pregunta
-¿Qué es el tiempo?
La eterna pregunta, el
súmmum de la desesperación para cualquiera que intente responderla de una manera más o menos convincente. La
piedra en la que tropiezan por igual el filósofo y el hombre de campo.
Una debería ser honesta y reconocer que no está preparada
para contestar esa pregunta. La honestidad debería dirigir las relaciones
humanas, sobre todo en el tándem niño/adulto. Sin embargo, cómo resistirme a
contestarla. Me pudo más el placer de la indagación, la idea de superar en ese
test improvisado
-El tiempo es el que hace que cambies. Que ya no seas un
bebé- le dije, consciente de que eso le iba a gustar, pues a todos los niños
les gusta saber que han progresado- . Y el tiempo también hace crecer a los
árboles, y…
-Yo quiero verlo- me interrumpió, decidido.
- No se puede ver- suspiré- el tiempo es algo que no se
puede ver. A veces lo notamos, y entonces
nos atrapa, y a veces no lo notamos, pero también nos atrapa.
En qué jardines me estaba metiendo, a ver cómo entraba en
aquel campo de violetas sin perturbarlas.
-¿Por qué nos atrapa?- preguntó con verdadero interés.
Parecía entender que algo muy grande se jugaba cuando se
mencionaba el término “atrapado”. Su
admiración por los superhéroes tendría mucho que ver con ello. Esos personajes
se afanaban en difíciles misiones de rescate de individuos atrapados por multitud de causas. Incluso lograban salvar la tierra
atrapada por los malvados que
campaban a sus anchas por su vasta superficie.
-Mira, si te duermes, el tiempo pasará rápido- le
recordé.
Por suerte no tardó en dormirse, seguramente porque era
su hora de siesta y no por mis dotes de convicción.
Cuando despertó, quise que tomara conciencia de lo que
había ocurrido. Que supiera que se había obrado el milagro.
-¿Verdad que se te ha hecho corto?
Después de comprobar que su madre había llegado, se
restregó los ojos para espantar los restos del sueño, y volvió a su antigua
demanda
-Yo quiero ver al tiempo.
¿Cómo salir del bucle? ¿Cómo engañar al cíclope antes de
que nos devore?
A los pocos días se presentó la ocasión de ampliar un
poco más aquel tema.
Los dos bajábamos las escaleras de su casa. Yo había
olvidado una chaqueta y retrocedí para buscarla, pidiéndole que me esperara un
momento, pues no había necesidad de que subiera todos los escalones.
Apenas tardé unos minutos en regresar
-Llevo esperándote una hora- dijo, impaciente.
Es una frase hecha, lo sé pero ¿Cómo aprende tan rápido a
utilizarla en su particular contexto?
-Te atrapó el tiempo- le contesté, riendo.
No hacía falta explicarle que se le había disparado ese reloj
interno que se vuelve loco con la espera y que también se agita y confunde
cuando se acaba lo que nos produce una gran satisfacción. Creo que él ya sabía bastante
sobre la percepción del tiempo.