“Ahora las cosas se insinuaban sin llegar a concretarse
del todo, se ahogaban en la maraña de
sobrentendidos, en el hondo cajón del
absurdo. Los silencios expresaban más intenciones que las propias palabras.
Augusto empezó a hacer gala de una irritante sensibilidad, de una fastidiosa
fijación por el detalle. Algunas veces
pensaba que Lucía era el trofeo de su padre, el coleccionista de casas,
de coches, de criados, de sellos, y ahora también de electrocardiogramas. El
emperador, con su toga de color púrpura, su corona de laurel y los demás
atributos que corresponden a un verdadero César regresando de su periplo por
Egipto”
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