martes, 26 de julio de 2011

El eco de la lluvia

"Los relámpagos abriendo claros e iluminando durante un segundo el pelo empapado, las pupilas peligrosas de humillación. ¡Los equinos! Después los truenos retumbaban pacientes y cerraban la colina en la oscuridad. El rostro de Lucrecia Neves se esforzaba curioso más allá de su propia figura, escuchando. Pero sólo se oían las calles llenas de lluvia...
.... Una noticia, pensó con otras palabras, excediéndose en su nueva cólera y escuchando con esperanza; pero la noche, la noche rodeando la torre del reloj, era la respuesta."   Clarice Lispector, "Ciudad sitiada"

Tal vez sea el cielo plomizo de esta tarde inclemente. Tal vez sea el aguacero posterior, que barre las calles y arrastra como una música aturdidora los restos de la verbena del barrio, las bolsas de patatas vacías, los excrementos de perro y los sapos que croan anunciando el reino de Aquarius. Somos orejas intentando descifrar el eco envolvente de la lluvia, ojos dulces que miran desde la ventana, mientras las ambulancias gritan y los árboles se agachan como perros bebiendo de un cubo oxidado, mientras una paz extraña recorre las habitaciones y las agranda como templos húmedos en los que el silencio es tan grande que cala hasta los huesos. En los túneles del metro, la gente se agolpa, sudorosa, sintiéndose atrapada entre las ratas, entre seres ciegos que respiran barro, entre cuerpos blandos en busca de rincones, madrigueras y sustancias viscosas procedente de desagües. Lus ojos se interrogan en busca de una respuesta, las manos aletean buscando otras manos, mientras la lluvia golpea sobre sus cabezas y el vagón se aproxima, feo y veloz como un dinosaurio.