lunes, 18 de febrero de 2013

Y más poesía

Si ves tus propios gestos en tu hijo
como ven otros los gestos de tu padre en ti,
alaba esa bendita cadena
que une como un hilo invisible
los corazones de los que se aman
más allá de la sangre.
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Las lágrimas abren caminos insospechados,
descubren en el propio rostro las verdades
que atenazan la garganta.
Hay belleza en el dolor que aflora
pues todo dolor busca su estrofa
y el dolor que se esconde
clama como un viejo violín desafinado.
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En esa ventana que da a la calle silenciosa
encuentras un mundo ajeno y próximo al que se rinde tu mirada.
En ese cristal empañado adoras la vida
como adoras la luna reflejada en un pozo.
Si miras al cielo, verás la luna llena,
si miras al pozo, sólo verás su reflejo.
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¿Qué dirían los viejos poetas si se encontraran de pronto
ante tanta distracción gratuita, y tanta bagatela,
nadería y egocentrismo amparado en el anonimato?
¿Qué diría Machado, o Lorca, o el poeta Rumí, Gustavo Rojas, Miguel Hernández,
Adrienne Rich, Omar Khayyam, Ibn Al'Arabí, Milton y tantos y tantos otros
ante al apabullante información banal y pueril que nos asedia, ante tanto desastre
envuelto en burbujitas de colores?
Creo que cogerían un buen libro y se sentarían sobre la yerba fresca
sin otra intención que la de vivir sin buscar orden en el mundo.
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jueves, 7 de febrero de 2013

Hablemos de poesía




¿Quién puede decir si un poema es bueno o malo?
Nadie puede saberlo a primera vista.
Si un poema es la llave que abre la caja fuerte del corazón
y revela secretos inauditos
entonces, es un gran poema
con independencia de su rima, o de su autor.
Si produce extrañamiento o zozobra, alegría o emoción sublime
entonces, es un gran poema
y te pertenece por entero a ti, lector
aunque en tu vida hayas escrito una estrofa
o seas perezoso, o las letras te produzcan mareos.
Aunque seas de los que piensan que los poetas
son niños que hablan como locos
o locos que hablan como niños.
Aunque tu vida sea prosaica (como la mía, al fin y al cabo)
y llegues a fin de mes con un pie en el abismo.
Aunque la cólera de las noticias incendie tus neuronas
y creas que te están robando verdades como puños,
aunque comprometan tu vida seres sin rostro que transitan ocasos
y en medio de la confusión te agarres ferozmente
a una tableta de chocolate, al maldito tabaco
o a la barra de un bar cutre,
este poema te pertenece si te produce extrañamiento
o zozobra, alegría o emoción sublime.
Se disparó la flecha. Si te acertó, es bueno.  

martes, 5 de febrero de 2013

Fragmento de "Los tulipanes...."


La esfera del reloj se abombaba. Una mezcolanza de aromas lo envolvía en el brumoso paraje de los sueños mientras sonaban los acordes del “Benedictus”, de la “Misa in angustiis” de Haydn en los auriculares que su padre llevaba en las orejas.
- ¿Te vas a morir ya?- le preguntó Augusto con una mezcla de terror y alegría.
- Cuando yo me muera, me moriré para toda la vida- le dijo su padre, acariciándole de nuevo la cabeza y borrándose de su sueño.
Así fue como despertó. Despidiéndose poco a poco de aquellos deliciosos monstruos que escenificaban su tragedia y sus cuitas como púgiles en un cuadrilátero que se desmantela poco a poco, dejando un rastro seco y espeso en la lengua, mientras los primeros rayos del sol invaden la habitación y se funden en los párpados pesados.
De ese sueño, como de la mayoría de los sueños quedaba muy poco, pues una buena parte había sido rastrillada eficazmente hacia el oscuro rincón del olvido. Y ahora sólo le quedaba, fresca e inestable como un flan de gelatina, la imagen de aquel niño que esperaba con paciencia la claudicación, el descuido o la muerte del padre para robarle su hermoso reloj de pulsera, y detalles en apariencia banales pero cargados de significado, como los zapatos lustrosos, que brillaban con el fulgor repentino de los petardos de la víspera de San Juan, y el olor del prostíbulo en su ropa, y ese gesto familiar y tantas veces repetido de rascarse el dorso de las manos. 

lunes, 28 de enero de 2013

Nuevo fragmento "Los tulipanes...."



…. Sin embargo, estos objetos funcionaban también como una advertencia para ella: “Es mío”, parecían decir las máscaras africanas, las pequeñas pirámides de ónice, repitiendo las voces de sus dueños. “Se mira pero no se toca”, decía aquel pisapapeles de Clichy que siempre soñó con poseer, un cristal redondo y pesado dentro del cual había un gran fresón rojo como la sangre, de aspecto tan exquisito que daban ganas de comérselo. ¡Cuántas veces estuvo a punto de estampar la brillante bola contra una piedra y comprobar que conservaba el aroma y el sabor de una fresa verdadera!
La casa grande, la de los amos, tenía un horno en el que se cocían panes, y una vitrina llena de libros de Historia del Arte, y una Olivetti que tecleaba el señor Ribó con sus dedos de rey Midas, mientras en el otro extremo de la habitación uno de sus hijos, de la misma edad que ella,  tocaba la flauta dulce mientras miraba por la ventana con sus ojos de perro braco. Este chico, el de los ojos de  braco, sangraba a menudo por la nariz, y la perseguía por el jardín para levantarla las faldas. El de los ojos siempre brillantes como brasas la espiaba por la mirilla de su habitación de enfermo crónico, y el de los ojos de ratoncillo le dio un día un buen mordisco en el carrillo porque, apenas se descuidaba, ella le quitaba las patatas fritas del plato y se las comía. El mordisco le dolió, pero no tanto como para no volver a repetir esa acción, porque nunca unas patatas saben tan buenas como las robadas. 

jueves, 24 de enero de 2013

Fragmento de "Los tulipanes....."


Metió las manos en los bolsillos y de forma mecánica fue deslizando sus dedos entre las monedas, como si los introdujera en un baño de parafina. Ahora el dinero de plástico había sustituido al de uso corriente, y apenas utilizaba monedas o billetes. Las monedas eran casi un residuo de su pasado, de ese pasado en el que  tenía cosas más sólidas a las que aferrarse.
-Ustedes, los hombres de leyes, hacen que todo parezca enrevesado y a la vez sencillo- dijo Lucía, a su espalda. ¡Maquillan tan bien las palabras con los latines y los derechos y los artículos del Código Civil!
D. Augusto no respondió. No serviría de nada, pues pensaba lo mismo. Durante los treinta y cinco años que llevaba en el ejercicio de su carrera no le había temblado el pulso ni una sola vez al emitir un veredicto. Se había hecho un corazón y una cabeza a la medida de su cargo; tal vez aún quedaba en él la huella borrosa de cierta piedad disimulada por el silencio burocrático y servil de los juzgados. Pero no recordaba sensaciones asociadas a esa frigidez espiritual. Simplemente, dejó que su corazón se corrompiera. Se recreaba en una envolvente seguridad como si estuviera blindado, o como si se elevara planeando ligero por encima del bien y del mal. Desde esta posición, el infortunio ajeno quedaba reducido a la mínima expresión, y le parecía anecdótico, ridículo y sobre todo, lejano. Sí, la vanidad le inflaba como un globo, dentro del cual podía alejarse de las lamentables desgracias cotidianas.


viernes, 18 de enero de 2013

Fragmento de "Los tulipanes son siempre un buen comienzo"


Lucía dio un paso al frente como si se dispusiera a salir. Su mirada se había ensombrecido. Observaba con atención al hombre que tenía delante, aunque  no era la primera vez que lo veía. De nuevo le pareció una persona excéntrica, solitaria, que poseía una elegancia marchitada por el escepticismo y la impaciencia.  Llevaba un traje gris claro y parecía refugiarse en la holgada chaqueta, navegar en las profundidades de las costuras y en la instantánea suavidad del forro, y de alguna forma su esqueleto se presentía a través del traje, en una penosa intensificación de su flaca anatomía. Poseía un rostro enteco, anhelante y áspero que sugería una implacable actitud de avaricia. Un rostro algo feo, aunque con una fealdad interesante, al estilo de los feos del Hollywood de su época, de un Belmondo, o un Anthony Queen.

Lo que él creía haber vivido hasta entonces con las mujeres era algo parecido a un choque, un brusco encontronazo en el que, irremediablemente, uno de los dos o los dos a un tiempo perdían algo. En cambio, con Lucía se abría una posibilidad de encuentro. La armonía, la suave persuasión de la belleza le permitía abandonarse sin reticencias. Nadie ama la belleza con el entusiasmo de un feo. Y él lo era, poseía una fealdad oscura, avarienta, unos ojos hundidos que transmitían una impúdica necesidad de dominio y una boca formada por unos labios brillantes y lujuriosos. Era delgado, y aunque antaño fue un musculoso campeón de waterpolo, ahora toda esa fibrosa anatomía se aflojaba; para contrarrestarlo, él se  obligaba a mantenerse erguido, fantaseando con la posibilidad de permanecer por siempre lozano. Para su consuelo, poseía una agilidad sorprendente para desplazarse de forma inadvertida, casi con la impunidad de un fantasma.
La mayoría de las mujeres le habían rechazado de forma instintiva- excepto su esposa ya muerta, a quien seguía recordando siempre afligida, y sin otra cosa que ofrecerle aparte de su existencia anodina-. Esto le provocaba un desánimo y una tristeza de los que procuraba evadirse con las continuas actividades a las que le obligaba su profesión.