viernes, 22 de febrero de 2013
lunes, 18 de febrero de 2013
Y más poesía
Si ves tus propios gestos en tu hijo
como ven otros los gestos de tu padre en ti,
alaba esa bendita cadena
que une como un hilo invisible
los corazones de los que se aman
más allá de la sangre.
---------------------------------------------
Las lágrimas abren caminos insospechados,
descubren en el propio rostro las verdades
que atenazan la garganta.
Hay belleza en el dolor que aflora
pues todo dolor busca su estrofa
y el dolor que se esconde
clama como un viejo violín desafinado.
-----------------------------------------------
En esa ventana que da a la calle silenciosa
encuentras un mundo ajeno y próximo al que se rinde tu mirada.
En ese cristal empañado adoras la vida
como adoras la luna reflejada en un pozo.
Si miras al cielo, verás la luna llena,
si miras al pozo, sólo verás su reflejo.
-----------------------------------------------
¿Qué dirían los viejos poetas si se encontraran de pronto
ante tanta distracción gratuita, y tanta bagatela,
nadería y egocentrismo amparado en el anonimato?
¿Qué diría Machado, o Lorca, o el poeta Rumí, Gustavo Rojas, Miguel Hernández,
Adrienne Rich, Omar Khayyam, Ibn Al'Arabí, Milton y tantos y tantos otros
ante al apabullante información banal y pueril que nos asedia, ante tanto desastre
envuelto en burbujitas de colores?
Creo que cogerían un buen libro y se sentarían sobre la yerba fresca
sin otra intención que la de vivir sin buscar orden en el mundo.
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como ven otros los gestos de tu padre en ti,
alaba esa bendita cadena
que une como un hilo invisible
los corazones de los que se aman
más allá de la sangre.
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Las lágrimas abren caminos insospechados,
descubren en el propio rostro las verdades
que atenazan la garganta.
Hay belleza en el dolor que aflora
pues todo dolor busca su estrofa
y el dolor que se esconde
clama como un viejo violín desafinado.
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En esa ventana que da a la calle silenciosa
encuentras un mundo ajeno y próximo al que se rinde tu mirada.
En ese cristal empañado adoras la vida
como adoras la luna reflejada en un pozo.
Si miras al cielo, verás la luna llena,
si miras al pozo, sólo verás su reflejo.
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¿Qué dirían los viejos poetas si se encontraran de pronto
ante tanta distracción gratuita, y tanta bagatela,
nadería y egocentrismo amparado en el anonimato?
¿Qué diría Machado, o Lorca, o el poeta Rumí, Gustavo Rojas, Miguel Hernández,
Adrienne Rich, Omar Khayyam, Ibn Al'Arabí, Milton y tantos y tantos otros
ante al apabullante información banal y pueril que nos asedia, ante tanto desastre
envuelto en burbujitas de colores?
Creo que cogerían un buen libro y se sentarían sobre la yerba fresca
sin otra intención que la de vivir sin buscar orden en el mundo.
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jueves, 7 de febrero de 2013
Hablemos de poesía
¿Quién
puede decir si un poema es bueno o malo?
Nadie
puede saberlo a primera vista.
Si un
poema es la llave que abre la caja fuerte del corazón
y
revela secretos inauditos
entonces,
es un gran poema
con
independencia de su rima, o de su autor.
Si
produce extrañamiento o zozobra, alegría o emoción sublime
entonces,
es un gran poema
y te
pertenece por entero a ti, lector
aunque
en tu vida hayas escrito una estrofa
o seas perezoso,
o las letras te produzcan mareos.
Aunque
seas de los que piensan que los poetas
son
niños que hablan como locos
o locos
que hablan como niños.
Aunque tu
vida sea prosaica (como la mía, al fin y al cabo)
y llegues
a fin de mes con un pie en el abismo.
Aunque la
cólera de las noticias incendie tus neuronas
y creas
que te están robando verdades como puños,
aunque comprometan
tu vida seres sin rostro que transitan ocasos
y en medio
de la confusión te agarres ferozmente
a una
tableta de chocolate, al maldito tabaco
o a la
barra de un bar cutre,
este poema
te pertenece si te produce extrañamiento
o zozobra,
alegría o emoción sublime.
Se
disparó la flecha. Si te acertó, es bueno.
martes, 5 de febrero de 2013
Fragmento de "Los tulipanes...."
La esfera del reloj se abombaba. Una mezcolanza de aromas lo
envolvía en el brumoso paraje de los sueños mientras sonaban los acordes del
“Benedictus”, de la “Misa in angustiis” de Haydn en los auriculares que su
padre llevaba en las orejas.
- ¿Te vas a morir ya?- le preguntó Augusto con una mezcla
de terror y alegría.
- Cuando yo me muera, me moriré para toda la vida- le dijo
su padre, acariciándole de nuevo la cabeza y borrándose de su sueño.
Así fue como despertó. Despidiéndose poco a poco de aquellos
deliciosos monstruos que escenificaban su tragedia y sus cuitas como púgiles en
un cuadrilátero que se desmantela poco a poco, dejando un rastro seco y espeso en
la lengua, mientras los primeros rayos del sol invaden la habitación y se funden
en los párpados pesados.
De ese sueño, como de la mayoría de los sueños quedaba muy
poco, pues una buena parte había sido rastrillada eficazmente hacia el oscuro
rincón del olvido. Y ahora sólo le quedaba, fresca e inestable como un flan de
gelatina, la imagen de aquel niño que esperaba con paciencia la claudicación,
el descuido o la muerte del padre para robarle su hermoso reloj de pulsera, y
detalles en apariencia banales pero cargados de significado, como los zapatos
lustrosos, que brillaban con el fulgor repentino de los petardos de la víspera
de San Juan, y el olor del prostíbulo en su ropa, y ese gesto familiar y tantas
veces repetido de rascarse el dorso de las manos.
lunes, 28 de enero de 2013
Nuevo fragmento "Los tulipanes...."
…. Sin embargo, estos objetos funcionaban también como una
advertencia para ella: “Es mío”, parecían decir las máscaras africanas, las
pequeñas pirámides de ónice, repitiendo las voces de sus dueños. “Se mira pero
no se toca”, decía aquel pisapapeles de Clichy que siempre soñó con poseer, un
cristal redondo y pesado dentro del cual había un gran fresón rojo como la
sangre, de aspecto tan exquisito que daban ganas de comérselo. ¡Cuántas veces
estuvo a punto de estampar la brillante bola contra una piedra y comprobar que
conservaba el aroma y el sabor de una fresa verdadera!
La casa grande, la de los amos, tenía un horno en el que
se cocían panes, y una vitrina llena de libros de Historia del Arte, y una
Olivetti que tecleaba el señor Ribó con sus dedos de rey Midas, mientras en el
otro extremo de la habitación uno de sus hijos, de la misma edad que ella, tocaba la flauta dulce mientras miraba por la
ventana con sus ojos de perro braco. Este chico, el de los ojos de braco, sangraba a menudo por la nariz, y la
perseguía por el jardín para levantarla las faldas. El de los ojos siempre
brillantes como brasas la espiaba por la mirilla de su habitación de enfermo
crónico, y el de los ojos de ratoncillo le dio un día un buen mordisco en el
carrillo porque, apenas se descuidaba, ella le quitaba las patatas fritas del
plato y se las comía. El mordisco le dolió, pero no tanto como para no volver a
repetir esa acción, porque nunca unas patatas saben tan buenas como las robadas.
jueves, 24 de enero de 2013
Fragmento de "Los tulipanes....."
Metió las manos en los bolsillos y de forma mecánica fue deslizando
sus dedos entre las monedas, como si los introdujera en un baño de parafina. Ahora
el dinero de plástico había sustituido al de uso corriente, y apenas utilizaba
monedas o billetes. Las monedas eran casi un residuo de su pasado, de ese
pasado en el que tenía cosas más sólidas
a las que aferrarse.
-Ustedes, los hombres de leyes, hacen que todo parezca
enrevesado y a la vez sencillo- dijo Lucía, a su espalda. ¡Maquillan tan bien
las palabras con los latines y los derechos y los artículos del Código Civil!
D. Augusto no respondió. No serviría de nada, pues pensaba
lo mismo. Durante los treinta y cinco años que llevaba en el ejercicio de su
carrera no le había temblado el pulso ni una sola vez al emitir un veredicto. Se
había hecho un corazón y una cabeza a la medida de su cargo; tal vez aún quedaba
en él la huella borrosa de cierta piedad disimulada por el silencio burocrático
y servil de los juzgados. Pero no recordaba sensaciones asociadas a esa
frigidez espiritual. Simplemente, dejó que su corazón se corrompiera. Se
recreaba en una envolvente seguridad como si estuviera blindado, o como si se
elevara planeando ligero por encima del bien y del mal. Desde esta posición, el
infortunio ajeno quedaba reducido a la mínima expresión, y le parecía
anecdótico, ridículo y sobre todo, lejano. Sí, la vanidad le inflaba como un
globo, dentro del cual podía alejarse de las lamentables desgracias cotidianas.
viernes, 18 de enero de 2013
Fragmento de "Los tulipanes son siempre un buen comienzo"
Lucía dio un paso al frente como si se dispusiera a salir.
Su mirada se había ensombrecido. Observaba con atención al hombre que tenía
delante, aunque no era la primera vez que
lo veía. De nuevo le pareció una persona excéntrica, solitaria, que poseía una
elegancia marchitada por el escepticismo y la impaciencia. Llevaba un traje gris claro y parecía
refugiarse en la holgada chaqueta, navegar en las profundidades de las costuras
y en la instantánea suavidad del forro, y de alguna forma su esqueleto se
presentía a través del traje, en una penosa intensificación de su flaca
anatomía. Poseía un rostro enteco, anhelante y áspero que sugería una
implacable actitud de avaricia. Un rostro algo feo, aunque con una fealdad
interesante, al estilo de los feos del Hollywood de su época, de un Belmondo, o
un Anthony Queen.
Lo que él creía haber vivido hasta entonces con las
mujeres era algo parecido a un choque, un brusco encontronazo en el que,
irremediablemente, uno de los dos o los dos a un tiempo perdían algo. En
cambio, con Lucía se abría una posibilidad de encuentro. La armonía, la suave
persuasión de la belleza le permitía abandonarse sin reticencias. Nadie ama la
belleza con el entusiasmo de un feo. Y él lo era, poseía una fealdad oscura,
avarienta, unos ojos hundidos que transmitían una impúdica necesidad de dominio
y una boca formada por unos labios brillantes y lujuriosos. Era delgado, y
aunque antaño fue un musculoso campeón de waterpolo, ahora toda esa fibrosa
anatomía se aflojaba; para contrarrestarlo, él se obligaba a mantenerse erguido, fantaseando
con la posibilidad de permanecer por siempre lozano. Para su consuelo, poseía
una agilidad sorprendente para desplazarse de forma inadvertida, casi con la
impunidad de un fantasma.
La mayoría de las mujeres le habían rechazado de forma
instintiva- excepto su esposa ya muerta, a quien seguía recordando siempre
afligida, y sin otra cosa que ofrecerle aparte de su existencia anodina-. Esto
le provocaba un desánimo y una tristeza de los que procuraba evadirse con las
continuas actividades a las que le obligaba su profesión.
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