Tallados a fuego y cuchillo
¿Qué
fue de todos ellos,
de
los hombres modestos, de negro, de mi infancia?
Todo
músculo, piel curtida, todo nuez
y
pupilas ardientes entre cuencas profundas.
Tiritando
de frío, en inviernos de lobos
exhaustos
cuando las codornices eran de los trigos, y un sol mortal arrancaba
de cuajo las espigas
Qué
fue de sus camisas a rayas, presos del yunque y el arado,
de
su coraje sin naftalina para aguantar la náusea de la vida
qué
fue de su espantosa cordura que imitaba la nobleza de una cólera
humilde,
del
miedo y la miseria rondando como tábanos su casa
qué
fue de sus soberbios aforismos, y de sus muebles artesanos
creados
al amparo de un tiempo dilatado, prosaico
y
sin tele.
Que
fue de esa fuerza de hierro en los ojos que vieron parir una guerra.
Qué
fue de las mujeres de luto riguroso
viejas
a los cuarenta
de
sarmentosas manos suaves como plumas
diligentes,
gentiles y sumisas, que soportaban alegrías y desgracias
en
sus frentes dulces como jazmines,
que
acarreaban agua y suspiros sobre las anchas caderas
distrayendo
a los espejos guardianes de la muerte.
Qué
quedó del legado de las perpetuas abuelas
arrinconadas
entre el fogón y la esperpéntica luz de una bombilla
Qué
fue de la mortaja de su cuerpo vivo, trémulo y desarrapado
leyendo
cartas desde el frente de su joven soldado calavera
sintiendo
el punzón del deseo herir de vida no vivida?
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