Aprendizaje
Nació
con la cabecita bien redonda
no
hay datos fiables de su primera aventura.
Partía
de cero y tenía frío, y era una llaga de vida.
No
sabía apenas llorar
sus
ojos estaban hechos para contar historias
pues
su historia carecía de grandes sucesos.
Poco
a poco se ungía con un saber innecesario
calderilla
de joyeros
en
cerditos de barro oportunamente destripados.
Huía
de las ascuas que tapaban el sol
de
lecturas obligatorias, de gladiadores romanos
y
de arreglos florales.
No
encajaba en los pupitres.
Comía
tierra al descuido, que le daba el extraño poder
de
los escaramujos
unas
sucias uñas
y
dedos duros.
Mordía
una manzana, mordía un gusano
sin
saber de Eva y sus diabluras, acumulaba polvo en sus heridas;
Buscaba
brazos, cocinas, almas para quedarse
aunque
fuera a destiempo. Le tapaban las muñecas
con
un reloj pintado.
Por
lo demás, era una niña corriente: jugaba a las tabas, abría y
cerraba abanicos, soñaba con sandalias doradas
y
con una lavadora de programa largo.
Le
asustaba la sangre en toda su vastedad
en
todo su aliento de perro, de muerte gratuita.
Evitaba
los pasillos oscuros
las
bocas de chimenea, los cuellos de botella.
Aprendía
despacio a ser mujer;
la
niña desnutrida
avanzaba
con su cabecita redonda,
husmeaba
en busca de algo, sin lamentarse
sin
declinar ofertas, trastos, timbres, zapatos callejeros.