martes, 6 de agosto de 2019

Golondrinas y otros vuelos Estos días de calor y bravuconadas del estío me despierto con el mar en la ventana. Y con un cielo nítido que sobrevuelan golondrinas. En la distancia estas aves son puntos negros móviles que aparecen, se cruzan y descruzan y contrastan con el horizonte cuya línea imaginaria se mantiene intacta. Las golondrinas se han hecho un hueco en el pasillo exterior de la casa donde veraneo. Van y vienen a sus nidos con naturalidad, habitantes de rincones oscuros que llenan de pinaza y trinos. Ya quisiera para mí esa alegría de las sintierra, la viveza de su danza magnética por los cielos de Llança. También mis nietos revolotean, descubriendo un mundo y mostrando el suyo, con estribillos y risas que me llevan a su terreno, a su murga bendita y a sus globos, que son como golondrinas de colores tiradas por un hilo. Cuando un globo explota, se quedan con los ojos muy abiertos y un llanto de decepción por el final del prodigio. Lluc llama a los toboganes tobogantes, los increpa, los desafía trepando al revés por la pendiente, al grito de “No podrás conmigo, Tobogante”, como si fueran las aspas de su particular molino. Ya pasó el tiempo en que sólo le interesaba deslizarse, ahora se marca retos, y se toma muy en serio la conquista del aire aunque tenga que caer y levantarse unas cuantas veces. Blai llega con sus tintines y sus bolas de drac. Leer es una forma de volar. Nos despega del suelo y nos premia con la mirada del halcón, que sin perder el contacto con el aire, sabe también lo que esconde la retama. Se lanza en tirolina, sabiendo que la gravedad le hará descender hasta tocar tierra después de haber sentido brevemente la ligereza del cuerpo. María a menudo balbucea en un idioma que sólo entiende su hermano. Se une a nuestras conversaciones o bien tararea melodías cogidas al vuelo. Se entusiasma con una hoja de morera, repasa cada piedrecita que consigue y sobre todo, aprovecha cualquier superficie que sobresalga del suelo para saltar, ya sea un escalón, una colchoneta o una caja de cartón que resista su peso. Ese despegue, esa aspiración a las alturas me hace pensar en las golondrinas, que marcharán un día y volverán tal vez.

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