jueves, 17 de agosto de 2017




Materia oscura


La rueda de la cordura se puso a funcionar
y tú no querías salvarte.
Conocías los terribles secretos escondidos tras los biombos
adivinabas tras las sonrisas gritos como lunas rojas.
El toque de queda, los buenos samaritanos
que aparecen en las películas como héroes
se pusieron a funcionar bajo tus pestañas,
y un caballo espantado
cesó de trotar justo al borde del abismo.
La rueda de la cordura casi te arrolla
su labio colgante tenía el estupor de los cerrojos.
Volverte loco fue una opción
no del todo trágica, una bata difícil
que silencia los fracasos
la tensión opresiva de los hombros
en la ciudad sitiada por los buenos samaritanos.
Por el humo se sabe dónde están
las chimeneas
las islas diminutas donde atracan los náufragos;
se avistan en la distancia las hojas muertas
y sombras como bocas hambrientas. Tú tenías
tu propia opinión al respecto, que nadie escuchaba.
Hay un ejército luchando contra un buey
que baja la testuz y agoniza en ríos de hielo
y ese amor estéril de la rueda de la cordura
contra los árboles derribados por las tormentas
no paraba de rodar. Dejando un bailarín decapitado
que mueve los pies sin ritmo,
oscuridad y cápsulas digeribles con regularidad nocturna.
En ataúd de cristal paseabas tu rostro
de anémona flotando en un mar muerto.
En el eje de la rueda, la lluvia ciega, la leche agria.




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