El
cielo sobre mi cabeza es un entramado que me oprime las sienes cuando
es demasiado azul o demasiado espeso.
Echo
de menos el sol mientras la tormenta llama con sus grises explosivos.
Acabo
de cerrar la última hoja de la última novela por ahora, y me quedo
con el sabor a cúrcuma de sus páginas, y un ansia consciente de
volver a los orígenes como le ocurre al protagonista del libro, un
adolescente rebelde con las costumbres de América desde la
perspectiva del emigrante que deja su país y debe integrarse a las
nuevas circunstancias, incluida la enfermedad de su hermano mayor.
Salgo
a la calle, entre otras cosas para tratar de asimilar una lectura tan
intensa. Cuando leo algo realmente interesante, pienso y divago y
entro en ese círculo de recompensa que sucede a un placer que no
acaba en el mero acto, sino que se prolonga más allá de la gracia
de la página y del aprendizaje y la carga de inspiración para la
escritura. Y caminar me ayuda a integrarlo.
En
mi paseo, la tarde va cayendo, y el aire vibra con un último
lamento. En un terreno vallado hay gallinas que marchan presurosas a
cobijarse. Ellas saben que su salvación está en su obra, y se
protegen de todo lo que perturbe la perfección del huevo.
La
sangre caliente busca lo redondo para seguir su trayectoria. Busca la
cueva, lo hermético, lo conocido.
Pero
lo que me llama ahora la atención es un búho. ¡Un búho en el
tejado plano de un Mercadona! Ahí está, observando con sus ojos
como discos de platino.
¿Cómo
será la tierra que nos sostiene vista desde su perspectiva?, me
pregunto. Tal vez esté pendiente de los pequeños ratoncillos que
huyen a sus escondrijos. Como le ocurre al protagonista del libro,
también ellos se mimetizan con el terreno, se adaptan a las
circunstancias como forma de sobrevivir.
¡Qué
grave, qué solemne se presenta el búho! Qué estampa de sumo
sacerdote.
Nada
parece inquietarle, ni la lluvia cercana, ni el cielo de plomo. A
veces es como una anunciación, avanza sin moverse, confía en su
propio resplandor y en su destreza. Otras veces es una estatua que
se camufla en la panza de las nubes. Atraviesa la oscuridad para
volver cargado de mensajes.
Quiero
la sabiduría del búho, quiero ser leve, ingrávida. Atravesar todos
los puentes, todas las nubes, las tormentas. Abrir mucho los ojos
para que nada se me escape. Refugiarme en la melodía de la sangre protegiendo ese cofre sagrado.
Asumo los riesgos de tener un corazón y una cabeza que a menudo se contradicen. Pero que se sienten cómodos cuando paseo, cuando amo, cuando integro todo lo que se me ofrece.