sábado, 3 de septiembre de 2011

Esto no es una road movie, II

No importa el final, el viaje es lo que importa. Esto no es una road movie, y los moteles de carretera se parecen poco a los que dieron cobijo al melancólico protagonista de París-Texas, o a las inseparables Thelma y Louisse, los ice-cream son de Frigo, en las gasolineras se puede comprar todavía a Camela o El Fary. Pero las moscas del verano son las mismas, los deseos son los mismos, la búsqueda inquieta de los cuerpos y las almas son los mismos. Un sauce llorón asoma su testa frondosa y exhausta tras la valla gris de la autovía. Los turons de Collbató se alzan rugosos como los rostros centenarios de seres convertidos en piedra, mudos e inertes, víctimas de un encantamiento. Las cuevas del Salnitre, fuerzas telúricas, magnetismo, conchas y moluscos, estalactitas y estalagmitas, y el legado de un mar cámbrico, de un periodo anterior a la convulsión.
Las aspas gigantescas de los molinos, con su perfecta verticalidad y tecnología alemana, baten el aire como si fuera nata, mientras sus brazos potentes dispersan zumbidos de látigo de cuero. Cuando se alejan, sus siluetas marcadas en la distancia semejan muchachas haciendo gimnasia rítmica, custodiadas por una media luna colgada del cielo que parece espuma de mar cuajada. Leonard Cohen canta "In the future", en el CD, con su voz ronca y sensual. Abro una ventana, y un trozo de verano se cuela de inmediato, un olor a neumático quemado y  a cerdos transportados en jaulas en  un enorme camión que tiembla en las curvas y agita a los animales en un brusco giro de náusea. Un pequeño pueblo pende como una gargantilla en el pico de una loma, sus casitas blancas brillando como perlas en un pecho que suspira, que ama, que suspira, que ama. La carretera se extiende con sus rectas y curvas, con sus montículos y sus llanuras, con sus trayectos difíciles o sencillos, como la vida misma. Les Borges Blanques, Mollerussa. El viaje es lo que importa.

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