martes, 29 de diciembre de 2015




Vecinos

Me aliviaba saber que estaban ahí
llenando bañeras con risas dulces
soportando ellos solos un mundo
de resplandecientes semillas vivas. 
Una fuerza poderosa me empujaba hacia ellos
que eran firmes en sus asechanzas
y suaves como agua en delta.
Su naturaleza ruidosa
era parte de sus encantos
-granadas salvajes,
estallido en savia de venados
que cubría las paredes de ramas impredecibles-
Oía correr su sangre renovada
por los pasillos y los atardeceres,
su tráfico de ciudad en construcción
que se deshace en la marea de los huesos.
Es fácil intimar con almas puras
desprenderse de lutos y venenos
vencer la rigidez del día
con sus pálidas voces cercanas.  
Los añoro. Llevo trazos de su perfume
enjoyando mis muñecas.


viernes, 6 de noviembre de 2015






La telaraña en el rincón.


Entre la crueldad y la ternura, entre la nostalgia y el júbilo. Así oscilan los versos que más me gustan.
Hay miles de ejemplos; de Elisabeth Bishop, de Auden, Gustavo Rojas, Miguel Hernández, Emily Dickinson, Anne Sexton, Mary Oliver… Busco la veta negra y la veta magenta que me conduce a las gemas de sus versos. Ése que se desploma y se alza, que oscila con su cántico de cristal rosado para atravesar un tiempo que se desea eterno.

En su torpeza, o pese a ella, el hombre trama deliciosos mecanismos que le permiten atisbar destellos de lo divino, o poner un pie en el volcán de cenizas vivas de los sentimientos. Para ello inventa estrofas que son música callada- Juan de la Cruz lo sabía decir mejor- y que nos acercan a la simpleza del espíritu, allí donde habitan desde siempre las canciones y los versos. Poseen estos el calor de un rayo de luz viajando desde la ventana con la danza antigua de las mariposas, para penetrar en los párpados, y hacerse tinta y moneda de oro.

El verso impresiona por su sencillez, que lo hace accesible a cualquier oído, a cualquier corazón que esté abierto. Pues aún creyendo que no se comprende, se ha comprendido.

La poesía es sorprendente y delicada como la telaraña en el rincón. Humilde, solitaria, tejida con los retales sobrantes de las primaveras y los otoños. Dejen que las arañas hagan su trabajo. Las arañas predadoras, con toda su mala prensa, con su trampa sutil para atrapar insectos incautos, las arañas, con sus patitas negras, baila sobre el pentagrama de seda y babas antes de caer sobre sus víctimas. Hace su trabajo lo mejor que sabe. La vida le premia con comida. Miro muchas veces esa tela de araña, me sorprendo de las lluvias y los vientos en contra que ha debido soportar. Pero al final, con su tesón, deja un hermoso traje labrado y primoroso. Así es como son atrapadas las palabras, como la araña que mira atenta a su alrededor aunque el silencio desmiente su afán. Así, con un hilo de trajines que puede romperse al menor descuido.  

En la poesía hay tanta verdad, que a menudo notas que se hunden tus pies como caminaras a lo largo de kilómetros de arenas doradas mientras las olas no dejan de excavar y excavar hasta que lo firme es hundimiento, y lo cálido, un frío cosquilleo reconfortante. 

El amor, cómo no, tiene mucha cabida en los poemas. Es un tema inagotable, porque amantes hay muchos, pero el amor es siempre el mismo, con su base de cieno y su cielo firme. Buena parte de los poemarios están hechos con este material incandescente; pero ocurre que ese amor que un día fue diversión, arce plateado, ya no brilla con la intensidad de antes, ni se mecen sus hojas con la gracia de una bailarina oriental. Y entonces…entonces incluso puede ser mejor. El poeta buscará el consuelo de un poema sin rima en el autobús de vuelta a casa entre apretujones y pitidos sordos de estaciones.

¡Ah, el poema, qué sorpresas nos depara! En mitad de ese paisaje a veces brillante, a veces oscuro que es el poema, sobreviene de pronto el silencio. El silencio que no va seguido de ningún signo. Al final de algunos versos hay un silencio que te clava en la silla. Un silencio que late como un adolescente apoyado en una barandilla en la cima de una montaña suiza. Por eso los versos son redondos, o cóncavos, para dejar espacio al silencio, y para que por ellos resbale el tiempo sin detenerse ni tropezar.

El verso surge de conversaciones o diálogos imposibles o bien de sencillos conceptos atrapados al vuelo. También de monólogos que se ordenan y se desordenan creando ese caos luminoso que nos atrapa. Pero puede surgir a partir de cualquier elemento imprevisto. Por ejemplo, este pequeño poema surgió de la contemplación de una cara.


Una tarde de viento y biblioteca
estuve sentada frente a Abraham Lincoln.
En realidad era un chico con barba turbadora
y ojos que redactaban informes de empresas
a punto de quebrar.  




martes, 20 de octubre de 2015




 En uno de mis paseos por la orilla de la playa de este  Mediterráneo nuestro escribí este poema. (Imagen de internet)


Al mar


La intensidad de tu llamada me seduce
mar glorioso
y tengo que cambiar de rumbo de inmediato
para no lanzarme a tus brazos.
El dulce vértigo de tus olas
hace difícil la resistencia;
apiádate de mí que soy de barro
acepta que te contemple como palmera joven
que eleva su verdor al firmamento. 



domingo, 18 de octubre de 2015







Alguien

Alguien ha quemado el pasto

ha lanzado escombros sobre la tarde

que brama tatuando el aire

y entre blasfemias la tierra calcinada

crepita

grumos de sombra y ceniza vinculan al hombre con el fuego

con el mordisco de la sangre

y los rituales que contemplan las estrellas.

lunes, 15 de junio de 2015



Es un rincón apacible, situado a escasos metros de la playa. Flanqueado por palmeras niñas, con aspecto sano y en proceso de adaptación, y por un grupo de eucaliptus aromáticos que parecen un gigantesco rebaño que pace aparte. En el centro, un tupido techo formado por las hojas de las moreras, que se mezclan con pinos adultos, admirables en su sencillez, con el verde oscuro de sus ramas puntiagudas formando conjuntos redondos.
La abundancia es lo primero que llama la atención. Abundancia de luz y de sombra en equilibrio, de azul y de verde, de formas sinuosas en los troncos de los pinos, la mayoría de los cuales se inclina en dirección a la montaña de una manera que seguro no es casual. Sentarse en el suelo es la mejor forma de vivirlo. Desde esta posición miras el mar, y el agua se acerca, tus ojos lo han desplazado aunque siga estando en la misma línea limpia y azul, y solo las olas rizando el horizonte sugieran el movimiento incesante que propician las mareas. El mar y el cielo han sido descubiertos como si tu mirada descorriera una cortina invisible. La tierra y el aire, el sol y las nubes, captados en un solo proceso, en una abertura del cuerpo al deseo de existir. Los cinco sentidos festejan el deseo de existir.  
Abundancia de material en el suelo. La arena se mezcla con la tierra mullida sembrada de pinazas, hojas de eucalipto y moras pisoteadas. Tapiz multicolor para la ginesta. Riqueza, dones, prodigios.
Buscamos prodigios, nos enredamos en fútiles argumentos y actos banales que concluyen en un mundo de fantasía que se desmorona dejándonos el amargo sabor de la derrota,  sucumbimos a ideales pretenciosos, porque necesitamos demostrarnos que merecemos algo más, que la felicidad está a nuestro alcance. Pero a menudo nos confundimos en la manera de lograrlo. Rincones como éste pueden ser un punto de partida.
Los árboles proporcionan sombra, calma, aroma y cobijo. Sus ramas se alzan como las manos que imploran o como los brazos que se ofrecen para ayudar. Entre la tierra y el cielo, en silencio o en un susurro sutil como una caricia, desgranan un esplendor vertical que es un manifiesto de integridad, de promesas que se alargan, que se insinúan, que nos alcanzan mientras van al encuentro de ese sol que da vida. Cuando estás bajo su amparo te das cuenta de que nos sostiene el pasado, cuyas raíces, con múltiples vericuetos, se ocultan bajo la tierra. Que nos lanzamos hacia el futuro segundo a segundo, con la avidez de las hojas y las ramas. Y que entretanto vivimos ese presente fugaz como la trayectoria de un pájaro que emprende el vuelo sin apenas rozar el ramaje.
En esta época del año- primeros de junio- las moreras están cargadas de moras negras, de moras rojas y de moras blanquiverdes. El sabor de las moras negras es muy dulce, casi empalagoso. La textura de la pulpa es blanda, gelatinosa, agrupada en racimos; la naturaleza duplica simetrías, y el fruto de las moras recuerda un poco a los pezones femeninos. Pues así como la manzana es masculina- Eva lo supo desde el primer mordisco- la mora es femenina, sensual,  su sabor se extiende por las papilas gustativas y sus granos redondos y diminutos se quedan entre los dientes y los colorea de morado. Es casi imposible coger moras de una forma aséptica, las moras tiñen los dedos y las uñas. Su esencia se queda en la piel como prueba irrefutable de una gula refinada.   
Un padre con su hijo pequeño pasan a mi lado y me saludan. El padre extiende después la mano y señala el vasto terreno que se muestra ante sus ojos. Éste es un sitio estupendo. Espero que siempre lo respetes, y no se te ocurre tirar nada al suelo. El niño, de unos siete u ocho años, atiende con seriedad y luego asiente con la cabeza. A ver, cuál es el árbol que más te gusta, continúa el adulto, sin duda animado por la buena acogida de su recomendación. Ése, dice el crío con total seguridad, y se acerca a un pino que tiene una altura considerable. El padre lo sigue. Muy bien, hijo, has hecho una buena elección, asegura. Luego pasa la mano por el tronco retorcido y rugoso como la piel de un elefante; enseguida el niño lo imita. Se muestra contento con el descubrimiento táctil. Sonríe y mira a su padre agradecido. De pronto, se aparta ligeramente para contemplar el árbol desde cierta distancia. Quiero subir ahí, ¿Por qué? ,le pregunta el padre. Ya lo has visto. Lo has tocado. Con eso es suficiente. No sé, contesta el pequeño. Pues entonces, vámonos. Si no sabes por qué quieres subirte al árbol, vámonos. Lo toma de la mano con decisión, lo arrastra fuera del círculo que traza la masa vegetal del pino. La lógica aplastante del adulto crea un vacío difícil de abarcar. Pero el crío no se resigna a marcharse sin alcanzar la cúspide. Veo en su carita las señales del tormento. Trata inútilmente de explicar por qué desea tanto subir a lo más alto del árbol. No lo encuentra, o mejor dicho, lo sabe pero no puede explicarlo. Los motivos son  tan numerosos como inexplicables, tan llenos de matices que no siempre se pueden verbalizar. No siempre se deben verbalizar los motivos del deseo cuando son una abertura de nuestro cuerpo a algo más grande, como es el deseo de existir. A veces, es mejor sentir el escozor y las cosquillas.