domingo, 12 de noviembre de 2017



El rostro de la verdad


Admiro a los seguros, a los que no dudan, a los que exhiben verdades “como puños”. Sin vacilar, sin cuestionarse hasta qué punto esas verdades forman parte de otra Verdad más amplia, con cobijo para el adversario, el que se llena la boca con su otra verdad, abonando entre todos la yerba negra del desprecio.
Mi inseguridad me obliga a cuestionarme incluso las propias ideas, que han recalado en mí como puerto itinerante. Y esto exige una ruptura con tantas palabras ciegas que en cierto momento de mi vida tomé como liberadoras y se acabaron convirtiendo en enemigas de mi libertad.
Cuestiono mis propias ideas y pensamientos, los exprimo para que suelten todo su veneno o todas sus mieles y finalmente los contemplo como ajenos, sin darle más importancia de la que merecen, pues son aire, aire que se evapora y da paso a una nube o al cielo más azul.
Nunca vi el rostro de la verdad. De hecho, creo que la verdad no tiene rostro, y que sólo podemas guiarnos por vestigios, y a su vez éstos se disparan en ráfagas diminutas de astillas, humo, cenizas, silencio perforado.
Tal vez contemplar los propios pensamientos como si fueran ajenos nos permita desterrar a ese mesías ebrio, eufórico, que todos llevamos y que tanto cansancio nos provoca con la coartada de su rústica y supuesta infalibilidad.
Nos dejamos llevar por él, vocifera tanto que nos hace creer que las grietas y las sombras son propias de individuos débiles, nos engaña con su espectacular furia teñida de virtuosa seguridad.
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Dije que admiraba a los seguros, pero a estas alturas, y debido a mi cuestionamiento de todo lo que acontece fuera y dentro de mi, afirmo de manera rotunda que me atosigan con sus planchas antiarrugas, con sus habitaciones enderezadas y asépticas.
Me recuerdan la perfección del gavilán en su vuelo, la gélida fortaleza del mármol sin vetear.



viernes, 10 de noviembre de 2017



Cebos


El mar ruge como un tigre que comió carne con clavos.
Un pescador lanza su caña en el desorden sin amarres.
Huele a podrido, a todos los hombres, a todos los peces
que se cocieron en el hedor insoportable de la muerte.
La vieja satisfacción tensa los hilos, engrasa los anzuelos. 
Los anzuelos se lanzan en tres direcciones:
Hambre (de todo tipo)
Fe ciega
Amor propio.



martes, 7 de noviembre de 2017

Rosas en el mar

Conocí a Luis Eduardo Aute en el Ateneo barcelonés. Lo admiraba como artista desde hacía mucho tiempo, y con su presencia confirmaba la idea que me había hecho de él. En las distancias cortas me pareció tierno, reflexivo, dispuesto a escuchar y a hablar tomándose su tiempo, pero también a seguir indagando, sin conformarse con lo ya sabido. Posee un lado pícaro y un sentido del humor que quitan peso a su figura, tristona pero nunca desencantada.
Sus versos y sus canciones recogen temas muy diversos, pero tal vez las más conocidas entre estas últimas y las más tarareadas sean los que hablan de amor o de desamor, de uniones carnales, deseos consumados o sublimados. En estas canciones descubrí un denominador común: la delicadeza. Incluso en las letras más atrevidas, en las descripciones de flujos y reflujos corporales, hay una exaltación de la belleza que huye de formalismos o sofisticaciones para desnudarla muy humana. Creo que Aute es de aquellos que se sigue sorprendiendo, que utiliza la curiosidad como un factor de  vitalidad y de poder creativo. Percibo que también existe en él una admiración por el universo femenino. "Templo de carne", uno de sus poemarios, están en esa línea. En este poemario el erotismo se adueña de códigos pertenecientes a la religión, con un resultado muy original.
El recital fue seguido con respeto y participación tímida del público que cantaba con él las canciones más conocidas. Su canción "Al alba" sigue levantando olas de voces que se unen a su letra dramática y bella como pocas. La reservó para el final, y la cantó a "capella"; como si se tratara de una llamada de auxilio en la tormenta de las madrugadas.
Pero antes el público cantaba- cantábamos- canciones tan emblemáticas como "Rosas en el mar", que tiene mucho éxito entre los defensores de las causas perdidas: la libertad, la verdad, un bello amor sin un final que olvide para perdonar...la canción sigue conservando su fuerza, será que las cosas no han cambiado demasiado desde aquel mayo francés. Y será que sólo necesitamos agarrarnos a la esperanza de que pueden cambiar algún día para seguir adelante.
No trato de hacer juicio A juzgar por sus letras y por su porte deduzco que se trata de un hombre que, a una edad a las que otros se dedican a la contemplación, ha sabido reinventarse, rescatando al niño -ese niño que miraba desde una foto sepia el mar desde el malecón de la Habana, tal como él nos contara- y hacerse con una dote de sabiduría que él ofrece con humildad, en pequeñas dosis, salpicando sus canciones de referentes cultos, exóticos, históricos, etc-la alusión al cielo protector de Bowles me gustó especialmente-
No sé cuántas causas perdidas has ganado, Luis Eduardo- sería una bonita contradicción- Pero estoy segura de que tu búsqueda continúa. A pesar de que ya has encontrado tus rosas. Rosas en el mar.