domingo, 2 de septiembre de 2018



Tallados a fuego y cuchillo


¿Qué fue de todos ellos,
de los hombres modestos, de negro, de mi infancia?
Todo músculo, piel curtida, todo nuez
y pupilas ardientes entre cuencas profundas.
Tiritando de frío, en inviernos de lobos
exhaustos cuando las codornices eran de los trigos, y un sol mortal arrancaba de cuajo las espigas
Qué fue de sus camisas a rayas, presos del yunque y el arado,
de su coraje sin naftalina para aguantar la náusea de la vida
qué fue de su espantosa cordura que imitaba la nobleza de una cólera humilde,
del miedo y la miseria rondando como tábanos su casa
qué fue de sus soberbios aforismos, y de sus muebles artesanos
creados al amparo de un tiempo dilatado, prosaico
y sin tele.
Que fue de esa fuerza de hierro en los ojos que vieron parir una guerra.
Qué fue de las mujeres de luto riguroso
viejas a los cuarenta
de sarmentosas manos suaves como plumas
diligentes, gentiles y sumisas, que soportaban alegrías y desgracias
en sus frentes dulces como jazmines,
que acarreaban agua y suspiros sobre las anchas caderas
distrayendo a los espejos guardianes de la muerte.
Qué quedó del legado de las perpetuas abuelas
arrinconadas entre el fogón y la esperpéntica luz de una bombilla
Qué fue de la mortaja de su cuerpo vivo, trémulo y desarrapado
leyendo cartas desde el frente de su joven soldado calavera
sintiendo el punzón del deseo herir de vida no vivida?